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jueves, 1 de abril de 2010

Arundhati Roy: El dios de las pequeñas cosas

Idioma original: inglés
Título original: The God of Small Things
Año de publicación: 1997
Valoración: Muy recomendable

Valiéndose de un tema recurrente que - a modo de puntuación rítmica - actúa igual que en un poema o una composición musical, la autora compone una obra lírica y crítica, la primera suya y única de ficción hasta el momento. Un fragmento de la realidad de la India en el que descubrimos escenarios fascinantes, ritos seculares y pasmosas contradicciones. A causa de la reiteración de dicha escena, podría parecer en un principio que el nudo de la historia queda estancado en un punto, pero no es así: avanza sin pausa, si bien lo hace a un ritmo apacible y constante, tal como transcurre la vida en aquellas latitudes.

Como telón de fondo omnipresente, vemos el sistema de castas y otras tradiciones y costumbres en permanente conflicto con el afán de modernización de algunos. Este choque de mentalidades da lugar a un conflicto de identidad latente cuya magnitud es directamente proporcional al nivel de instrucción de cada individuo.

La familia que enfoca la lente de Roy representa a un sector acomodado, emprendedor y anglófilo de la sociedad hindú de dos décadas, los 70 y los 80 del siglo XX. Quizá es también un reflejo de la propia India, dividida entre su pasado propio y las influencias foráneas, y sintiéndose vacilar entre las dos.

Pero el carácter metafórico de los personajes no anula las identidades individuales de ninguno de ellos: mujeres fuertes aunque amordazadas por el peso de la costumbre, un cabeza de familia impuesto por las circunstancias y cuyo absoluto poder en el ámbito privado resulta un peso excesivo para sus indecisos hombros y, finalmente, los niños: las víctimas. El silencio, los prejuicios, la mala suerte - que acostumbra a cebarse con aquellos que arrastran un peso superior a sus fuerzas -, la moral de doble rasero, el juicio constante y demoledor hacia las conductas de los más vulnerables; estos, entre otros, son los materiales que van tejiendo un tapiz nada brillante, más bien de colores tristes, cuyos destellos ocasionales habrá que atribuir sólo a las lágrimas.

Casi todos los personajes son víctimas, todos acaban errando como seres humanos que son. No estamos ante una crónica de maldades, sí de mezquindades diversas pero, sobre todo, de asunción silenciosa de la carga - colosal - que los siglos han ido gestando y que acabará derrumbándose sobre estos seres comunes que nunca podrán entender qué les ocurrió.

Esta novela (ganadora del Booker 1997) fue un best seller cuando llegó a España. Aunque imagino que, si fuese posible registrarlos, la cifra de lectores reales quedaría muy por debajo del de ventas.

2 comentarios:

  1. Leí este libro con avidez, pues tenía ganas de leer una historia sobre la India contemporánea. Me gustó, pero son esas víctimas que mencionas las que me dejaron un amargo sabor de boca. Pero de eso se trata, no? La autora no nos habla de cuentos de hadas y finales felices. Es real, cruelmente real. a veces no es el momento idóneo para leer un libro de este tipo, pero cuando lo es, merece la pena. De verdad que pareces estar en ese entorno, y que conoces a los personajes. Por eso resulta, al final, tan desasosegante.
    Y qué les pasa ahora a tantos con los finales que te dejan mal? Antes podía ser original, como cuando se escribió esta novela, hace unos años, pero ahora quizá no es lo que haga siempre falta...o sí?

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  2. Bueno, supongo que es el gran tema de si la felicidad es literaria o no. Yo creo que puede serlo pero la tragedia tiene más posibilidades de describir un entorno social, ahondar en el espíritu humano etc. Ya lo dijo Tolstoi en la primera frase de Ana Karenina que precisamente por ser una gran verdad ha quedado como un lugar común.
    Tienes razón, la verdad es que se sufre leyéndolo, pero yo creo que no simplemente por lo que ocurre sino por la forma de contarlo y sobre todo porque ha conseguido que nos encariñemos con los personajes. Y todo eso es mérito de Roy.

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