Idioma original: castellano
Fecha de publicación: 1935
Valoración: muy recomendable
Borges padecía una terrible timidez. Como persona hubo de vencerla por necesidad en 1946, cuando el gobierno peronista premió su disidencia ascendiéndolo, desde su puesto como asistente en una bibioteca pública, al cargo de Inspector de Aves y Conejos en los mercados de la municipalidad de Buenos Aires. Se dedicó entonces a dictar conferencias, venciendo su miedo a hablar en público. Como escritor, la timidez se advierte en ese juego de máscaras, pseudónimos y falsos hallazgos con que evitaba tantas veces reclamar abiertamente la autoría de su obra. Pese a que Borges es reconocido sobre todo como cuentista, pocos saben que este género se le resistió durante mucho tiempo, precisamente por ser tan tímido.
El primer Borges escribe poesía y se ve a sí mismo como poeta. Sus experimentaciones vanguardistas (en torno al ultraísmo) las realiza en verso, y es en verso como empieza a darse a conocer a su vuelta de Europa con Fervor de Buenos Aires (1923). Dos años después publica Inquisiciones, iniciándose en el ensayo (aunque con resultados que luego condenaría: nunca autorizó la reedición de ese libro). La poesía y el ensayo le dan seguridad, pero la ficción se le resiste: fabular abiertamente ante los ojos del lector le parece un atrevimiento excesivo. Decide dar un rodeo e internarse en la ficción, pero sólo a medias. Fabular, si se quiere, de tapadillo.
Toma una serie de biografías y las cuenta a su manera, alterando las circunstancias y resumiendo toda una vida en un par de escenas significativas. Los personajes son famosos delincuentes y malhechores, así que el resultado viene a ser una Leyenda dorada, pero al revés. Si las historias, de por sí, ya atrapan, pasadas por el filtro de Borges se llenan de ironías y de una extraña ternura. Uno acaba simpatizando con la implacable viuda Ching, pirata, y desea que el emperador fracase en su intento por detenerla. Incluso Billy el Niño, que mató a 21 hombres "sin contar mejicanos", se gana el respeto del lector. Sólo los títulos de cada biografía ya son geniales: "El incivil maestro de ceremonias Kotsuké no Suké", "El impostor inverosímil Tom Castro" o "El atroz redentor Lazarus Morell".
El mar de China, el Mississippi, el Turquestán o un Nueva York irreconocible: Borges pasea al lector por continentes y siglos, mostrándole la traición más aborrecible, la crueldad sin motivo, el engaño como forma de vida. Entre las piezas se cuela una, "El hombre de la esquina rosada", que es el primer relato, en sentido propio, que escribió Borges. Paradójicamente (o borgianamente), es la más verosímil.
Otras obras de Jorge Luis Borges en ULAD: Aquí
Éste es uno de los pendientes que tengo de Borges. A ver si me quito la espinita ya y me lo leo de una vez.
ResponderEliminarLo mejor de este libro es su estilo, PERFECTO. Las frases son inteligentes y divertidas. La puntuación, los adjetivos. Es excepcional.
ResponderEliminarConfesaré el enorme sacrilegio o incluso inconfensable secreto en que estaba sumida mi existencia hasta el momento en que empecé con Historia universal de la infamia. Jamás había leído a Borges. Estaba algo reticente sobre todo cuando había leído algo, convenientemente matizado, sobre su apoyo a los golpistas chilenos. Me arredraba su aspecto solemne, aquella imagen asociada a su persona, el escritor mayor ya afectado por la ceguera, el feo asunto de su viuda provocando la retirada del remake de El hacedor por Fernández Mallo. En fin, un paquete incapaz de disuadirme de interesarme por su obra, pero también un pequeño condicionante: opté por lo que parece ser una de sus obras de referencia (junto a Ficciones, que un antiguo colaborador de este blog no dudó en reseñar calificándolo como "El libro de mi vida") y, borgianos que me leéis y os veáis capaces de hacerme salir de mi eventual error, lamento decir que, casi, no me he enterado de nada.
ResponderEliminarMás cuando leo que este libro se considera la piedra fundacional del realismo mágico.
Y yo me he encontrado aquí con una serie de textos cortos, casi esquemáticos y primorosamente escritos (incluiré en esta calificación Hombre de la esquina rosada, trufado de jerga que obliga al lector), todos ellos, dicen, adaptaciones libres de hechos y personajes de existencia real, a los que se ha añadido detalles aquí épicos. aquí algo escabrosos, aquí ligeramente fantásticos, no exentos del relativo sarcasmo que permite la lejanía temporal. Porque los infames a que hace referencia son diversos individuos de la historia de la humanidad que se han caracterizado por eso, por ser seres aviesos por lo crueles, por lo perversos, con detalles de sadismo, de traición, de pocos escrúpulos. Cuentos, diría, que resultan chocantes en su evocación temporal (culpadme a mí, que esperaba aires más contemporáneos), referidos a espacios geográficos alejados y con evocaciones exóticas que me han recordado algunas exploraciones extemporáneas de Tolstoi o Zweig, siempre estos, curioso, en formato de relato o novela corta, como alejados de proyectos de gran empaque. Los de Borges me resultan más variados, más ambiciosos en lo de incorporar todo el espectro de los continentes (Borges ya era un argentino exiliado más por aquel entonces), más propios de cierta tradición épica de carácter oral, con su juego de confusión y, en algunos casos, la ligera confusión en las cuitas que parecen no delimitar bien dónde está el bien y dónde el mal. Pero ese exotismo me ha parecido algo forzado, algo más cautivo de cuadrar con el ejercicio estilístico bajo el pretexto de ser algo transgresor (modificando la historia real a su antojo para cuadrarla con una voluntad unificadora), que de aportar un adicional en lo meramente creativo. De hecho esos personajes, ladrones, piratas, embaucadores, se acaban confundiendo en mi memoria a horas de acabar su lectura, como si fueran intercambiables o un único personaje que viaja en el tiempo y en el lugar.
Me sorprende, en todo caso, que en esa revisión en 1954 de la obra, y más con ese poderoso y enciclopédico títulom Borges no escogiera añadir a alguno de entre todos los infames que esas dos décadas le habían servido en bandeja.
Así que una cierta decepción, como cuando uno se enfrenta ante un texto definido como mítico y tiene la sensación de perderse no poca cosa.
Pero no deja de resultar curioso: leer a Borges me hace apreciar más a Cortázar.
Puede proponerse su lectura como una excelente puerta de entrada al universo borgiano. Conviene no asustarse (o no decepcionarse) por su grandilocuente y pretencioso título: no es más que una broma, como todo los relatos contenidos en él, que esconde una escritura minuciosa, detallista, brillante, inteligente, deliciosa y pulcra. Con el añadido de que su lectura es muy entretenida.
ResponderEliminarEs su primer libro de relatos. Si se me permite, por entonces aún no había desplegado su inimitable estilo. "Sólo" apuntaba maneras pero vaya maneras! Esta circunstancia hace que su escritura sea bastante menos "difícil" que la que, paradójicamente, hará de él, más tarde, un autor no sólo esencial sino determinante para la literatura en castellano de la segunda mitad del siglo XX(me parece que bastante más allá de su innegable influencia en el boom hispanoamericano, no digamos ya en el deslumbrante realismo mágico). A día de hoy su alargada sombra - vaya pedantería! - sigue alumbrando - oxímoron al canto! - a muchos escritores de nuevo cuño.
La eterna discusión del Nobel me parece tan estéril como injusta. Hay bastantes grandísimos literatos que tampoco lo han recibido, no sólo él. Algo tan cierto como el hecho de que no pocos de los premiados han caído irremediable y muy justamente en el olvido.
Muy recomendable. Fundamental me atrevería a decir.
Creo que es un buen libro para adentrarse en la obra de Borges. Más fácil de leer que Ficciones o El Aleph. Muy entretenido y alguno de los relatos es una joya (El hombre de la esquina rosada)
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