Idioma original: inglés
Año de edición: 2009
Valoración: Decepcionante
Llevaba tiempo queriendo hincarle el diente a este libro desde que lo vi una mañana entre las novedades de una tienda Relay del aeropuerto. Con una portada vistosa, colorida y muy acertada, me parecía una lectura ideal para esas horas de aburrimiento interminables en salas de espera, intercambiadores y hoteles. La sinopsis no dejaba lugar a dudas: Sam Pulsifer, un joven con bastante mala suerte, incendia sin querer la casa de Emily Dickinson y desde entonces su existencia se ve mediatizada por ese acontecimiento. Cuando años más tarde aparecen churruscadas las casas de otros autores de renombre, todos los dedos apuntan a él, etc. “Suena muy entretenido”, me dije. “Me voy a divertir”, pensé. “Y habrá muchos guiños literarios”, concluí. Así que lo compré, finalmente, en otra visita al aeropuerto.
Pero mi gozo en un pozo, como dice el sabio refranero castellano. Aunque el planteamiento inicial tiene su gracia, lo cierto es que desde mi punto de vista Brock Clarke no tiene claro en ningún momento qué tipo de libro quiere escribir, improvisa fatalmente y nos ofrece, al final, una obra con intenciones cómicas a la que le falta gracia, una novela negra con intrigas muy pobres y un anecdotario literario de copia y pega que apenas seduce. El personaje principal, Sam, tiene su interés, pero nada más. La galería de secundarios –muy poco trabajada– poco aporta a la construcción global del libro, y éste se queda en un sirimiri de escenas de acción y sorpresitas detectivescas que no merecen el gasto (19 eurazos). Además, y ya no sé si esto es cosa del propio autor o de la traducción, durante todo el libro tuve serios problemas para seguir el ritmo de la narración, así como dificultades para “engancharme” a la extraña sintaxis con que está construido: falta de fluidez, situación errática de las pausas, variación inexplicable de tonos…
Gran parte de las intenciones del autor son reveladas en un curioso y divertido epílogo en el que Sam Pulsifer (el personaje) entrevista a Brock Clarke, como si de un suplemento cultural se tratase. Tiene su gracia, pero evidentemente no basta. Quizá un autor diferente, con otra trayectoria, más innovador o con las ideas más claras, podría haber gestado una pieza de mucho más interés. Pienso ahora en una versión a la española, con la casa museo de Lorca chamuscada desde el principio, y no puedo evitar soñar con las portadas de El País y El Mundo culpando a unos y a otros, manifestaciones de repulsa, el poeta revolviéndose en el barranco de Viznar y Gibson en todas las radios explicando que es una maniobra de fulano de tal. Ciertamente, un libro como éste, escrito sin mala leche y para entretener, solamente puede escribirse en Estados Unidos, porque aquí no hemos aprendido todavía esa cosa tan sana de tomarnos un poco menos en serio a nosotros mismos.
Firma invitada: Iván
Una crítica lapidaria y clara como el agua, Iván. Gracias por ahorrarnos la decepción.
ResponderEliminarY qué razón tienes: en España sería impensable algo así. En el cuadro de pesadilla te han faltado Carrillo y Fraga siendo abucheados en sendas universidades y la federación de gays y lesbianas denunciando al autor por homofobia.
No lo he leido, pero con este título no se puede esperar otra cosa más que decepcionante
ResponderEliminar.
ResponderEliminarLo leí y se me ha hecho un buen libro.
La trama es interesante.
Pero lo más interesante es la forma en que el autor plantea las consecuencias en la adultez de un acto inocente de un pequeño niñito.
Nos pone a reflexionar muy seriamente.
Ssludos desde Ciudad de México.
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