Idioma original: español
Fecha de publicación: 1975
Valoración: Muy recomendable
Érase una vez un escritor tan prolífico como polifacético (al que, sin embargo, el gran público no conoce más que por una frase que dijo una vez con más razón que un santo pero que, para su desgracia, dijo en la caja tonta). Nació en circunstancias más que modestas, tuvo una infancia poco fotogénica y sin embargo, y siguiendo la estela de su maestro Valle Inclán, – de cuya obra habló largo y tendido y del que llegó a decir: “La obra de su vida es él mismo” –cultivó su imagen con mimo, se inventó a sí mismo, creando un personaje con un aura intelectual incuestionable y algo siniestra que, tal como se había propuesto, le otorgó un aspecto inconfundible y fácil de caricaturizar. Pero, sobre todo, su estilo literario voló por rutas propias después de haber bebido en las mejores fuentes, por eso, si la posteridad es justa (y suele serlo) pasará a ella por encima de muchos.
Para llamarle de alguna manera, vamos a ponerle Paco, que es un nombre corriente. Paco vivió en Madrid, se ganó la vida hablando con la gente, frecuentando los cafés, observando mucho y escribiendo sin cesar sobre todo lo que veía y escuchaba. Hizo crónica periodística, novela, ensayo, incluso verso, además de la poesía que salpica su prosa constantemente.
Paco se casó, tuvo un hijo, lo perdió y siguió siendo el hombre serio, imperturbable, riguroso y fiel a sí mismo que no comulgaba con la cháchara al uso porque su tiempo era oro, pero no oro monetario sino del otro, del que se emplea para escribir despaciosamente, calibrar palabras y expresiones, bruñir las ideas hasta sacarles toda la esencia poética. Por eso es admirado y respetado por todos los que conocen su obra.
Al título que comento se le considera novela por encuadrarlo en algún sitio, pero habría que situarlo en una frontera difusa, común a varios géneros. Es la forma más idónea que encontró su autor para contarnos algo poco frecuente y tremendo, que él vivió con todo el dolor que es de suponer y que tuvo el dudoso mérito de convertirle en otro.
Empieza como al descuido, a modo de notas que reflejan lo cotidiano sin ningún propósito especial. Quizá su verdadero origen fue ése: como escritor compulsivo que era, no es difícil imaginarle garabateando reflexiones de vez en cuando, puede que encontrase aquellos papeles justo cuando la vida acababa de abofetearle duramente y aprovechase para volcar, recomponiéndolos, restos de corazón y de entrañas que andaban hechos trizas en alguna parte de sí mismo. Pero como escribía de maravilla y tenía la sana costumbre de volver una y otra vez sobre lo escrito, lo que nos ha llegado es prosa de la buena, divagaciones inteligentes y, en principio, una escasísima relación de hechos. En realidad, apenas pasa nada. Ni falta que hace. Lo que el lector encuentra es un pedazo amargo de su historia personal y lo va arrancando despacio del celofán de poesía que lo envuelve, aunque ya desde un principio haya intuido lo que hay dentro: la presencia descarnada de alguien que sufre y cuyo sufrimiento es sublimado por la magia de la palabra.
Y un día alguien me hizo el favor de prestarme el libro y rogarme que no se lo devolviese sin leerlo.
Preciosa reseña, Montuenga. Acabo de pedir el libro en el catálogo online de mi biblioteca, no te digo más.
ResponderEliminarPreciosa, ciertamente.
ResponderEliminarEl año pasado en el metro de Madrid había un framento de "Mortal y rosa", e inmediatamente se convirtió en un libro que quería leer. Releí ese fragmento una y otra vez, a falta de tiempo para leerme el libro entero. Luego me olvidé de su existencia.
Gracias, muchas gracias por recordármelo.
Pues me alegro mucho de haberos transmitido mi emoción. No sé si habrá parecido excesivamente dramático pero yo creo que no lo es, tiene la suficiente contención como para conmover sin caer en la tragedia.
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