Idioma original: francésLa Maison de rendez-vous
Título original:
Año de publicación: 1965
Valoración: Imprescindible
Por norma, los lectores nos fiamos del narrador: es lo que se llama el "pacto ficcional", por el que anulamos nuestro juicio crítico habitual y aceptamos la existencia de dragones, naves espaciales o personajes como la Regenta o Sherlock Holmes. Desde tiempos del Quijote, y probablemente incluso antes, aunque sobre todo desde mediados del siglo XIX, los escritores vienen experimentando con la creación de eso que Wayne Booth llamaba "narradores no fiables", es decir, voces narrativas cuyas afirmaciones debe poner en duda el lector, para descubrir la verdad detrás de sus palabras: narradores que mienten, engañan, tergiversan u ocultan los hechos, por desconocimiento, malicia o torpeza.
La casa de citas (también publicada como La casa de Hong-Kong) es un ejemplo de cómo a lo largo del siglo XX se ha llevado este juego del gato y el ratón entre narrador y lector hasta el extremo, al igual que las novelas de Pynchon o algunas de Nabokov, por ejemplo. Porque en La casa de citas nada es completamente cierto, y es imposible intentar que la narración tenga sentido, en el sentido clásico del término. Los personajes tienen dos o tres nombres distintos cada uno; el narrador es a veces un personaje, a veces otro, a veces ninguno; el inicio de la novela se cita en medio de la novela, como si fuera un discurso de un personaje; las mismas acciones suceden tres, cuatro o veinte veces en lugares y momentos distintos, y unas veces se trata de una representación teatral, otras de un conjunto escultórico, o de unas figuritas de porcelana; un personaje muere varias veces en la novela, cada vez de una manera distinta...
Por supuesto, todo está manejado con habilidad, humor y frialdad por el autor, que se divierte dejándonos pistas acerca de su propia consciencia de estar mezclándolo todo, con frases como "pero de esto ya hemos hablado más arriba", "esto está aquí fuera de lugar" o "pero cuando me acerqué vi que no era quien yo pensaba", etc. Además, las descripciones de situaciones y objetos idénticos en distintas situaciones (el vestido estrecho que se abre hasta el muslo, y más arriba; las sandalias con cintas que se cruzan sobre el tobillo, los enormes perros de Lady Ava...) permiten hilar fragmentos de argumento, pero se ven desmentidos inmediatamente por las incoherencias, los cambios de plano o los saltos narrativos.
Porque en La casa de citas sólo puede hablarse de argumento: hay una fiesta, representaciones eróticas sado-masoquistas, tráfico de drogas, prostitución, un confuso triángulo amoroso, un asesinato. Todo ello da como resultado un ambiente más que una trama. Un aire a novela negra con ribetes románticos y eróticos, pasada por el turmix de la nouveau roman, que nos deja boquiabiertos y patidifusos, y que nos obliga a aceptar un nuevo pacto narrativo, distinto al anterior, que viene a decir: "No te creo, narrador, pero no tengo más remedio que seguirte".
Una novela que será disfrutada especialmente por los admiradores del David Lynch de Carretera perdida o Mulholland Drive.
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