Idioma original: ruso
Título original: Evgenij Onegin
Año de publicación: 1833
Valoración: Muy recomendable
Ante esta novela en verso del gran escritor ruso Alexander Pushkin, nos encontramos, una vez más, con la obra de un autor cuyas circunstancias existenciales deberían ser citadas para poder comprender mejor la creación que nos ocupa. Sin embargo, en esta ocasión no sucumbiré a la tentación de escribir largo y tendido sobre Pushkin, me limitaré a dar algunas pinceladas sobre su perfil: el escritor era hijo de un mayor del ejército perteneciente a una acaudalada familia venida a menos, y de una dama rusa descendiente de un príncipe de Abisinia, lo que confirió al físico del padre de Eugenio Oneguin ciertos matices exóticos que casaban a la perfección con su estilo de vida, bohemio y cambiante, y marcado por sus tendencias políticas, de corte liberal pese a sus aristocráticos orígenes. Pero dejemos a Alexander y vayamos a Eugenio.
Oneguin, un apuesto y codiciado soltero de San Petersburgo, es un hombre rico y despreocupado, escéptico, cínico, ácido, individualista. Se ve agitado por ciertas ínfulas revolucionarias pese a su plácido (casi tedioso) existir, consagrado a malgastar sus horas libres en un ocio ciertamente monótono. Todo ello cambia con la muerte de un tío suyo; asuntos sobre la herencia del difunto le obligarán a viajar a una localidad rural que marcará para siempre su destino. Allí conocerá a un muchacho idealista, apasionado y sensible, deseoso de ser considerado poeta, llamado Lensky, prácticamente opuesto a Oneguin, lo cual no le impedirá trabar cierta amistad con él.
Lensky le presentará a su prometida, la bella y dulce (y tal como Pushkin la describe, levemente alelada y provinciana) Olga, y a la hermana de ella, la misteriosa y taciturna Tatiana, una tímida muchacha, lectora insaciable, que parece disfrutar más de sus solitarios paseos por el campo y de sus ensoñaciones que del mundo real.
No pasará mucho tiempo hasta que Tatiana se enamore perdidamente de Oneguin y le confiese sus sentimientos en una arrebatadora carta; pero nuestro amargo protagonista, pese a no ocultar la curiosidad (y cierta atracción) que la peculiar chica le despierta, movido por sus amargas convicciones sobre la naturaleza humana, la rechazará. Y no se conformará con despreciar el amor de la tierna joven: con su posterior y cruel conducta desencadenará una tragedia mucho más dolorosa que la de dar calabazas a una enamorada confesa.
Años después del sangriento suceso (que le llevará a abandonar la zona y a deambular por el mundo), un Oneguin humanizado y mucho menos hostil, se reencontrará con una Tatiana muy diferente a la que conoció, imponente y más fría, casada con un militar bien situado, y la mujer más admirada y reclamada en todos los eventos sociales de San Petersburgo. Será entonces cuando Eugenio no escape ya a la naturaleza de sus sentimientos y clame desesperado por el amor de la mujer hasta rozar la obsesión, persiguiéndola y deseándola sin tregua.
Si como dijo Dostoievski, “Oneguin refleja Rusia mejor que nada”, hay que llegar a la conclusión de que Rusia es belleza, pasión, verdad, dolor, sangre, desengaño y madurez.
Aconsejo no sólo a los amantes de las historias románticas donatarias de una sólida base humana y psicológica, sino a cualquier profano en la materia, que lean esta novela y que no le tengan miedo al modo en el que está relatada la apasionada historia: en ocasiones, la prosa no puede contener la intensa y maravillosa carga del verso.
Y para quien le interese: en 1998, Martha Fiennes rodó para el cine una versión de Eugenio Oneguin con su hermano Ralph y Liv Tyler como protagonistas, filme que pese a la preciosista ambientación y las buenas interpretaciones, no logró supurar la magia y fuerza de la obra escrita. La ópera de Tchaikovsky, aún no he tenido ocasión de verla.
Aunque sabéis bien que me chiflan los rusos, lo cierto es que los he leído muy, pero muy poco. Son una gran asignatura pendiente. Mis incursiones literarias hacia el Este tienen la mala costumbre de detenerse en Alemania... y si uno mira las etiquetas de este blog, parecería que no soy el único. Los escritores en lengua inglesa (15) y alemana (11) son los que más se acercan al -lógico- primado de los de habla hispana (22). No digo que haya que establecer cuotas -gracias a Dios no somos Eurovisión, ni un gobierno paritario-, pero se agradecen las razias en tierras "exóticas".
ResponderEliminarYo también tengo una deuda con los rusos: hace años tuve una "época Dostoievski" en que me leí Crimen y Castigo, El idiota y Los hermanos Karamazov, pero en cambio del bueno de Leo Tolstoi no he leído nada de nada. Bueno, ni de Pushkin, que es algo así como el poeta nacional ruso, si no me equivoco, ¿no?
ResponderEliminarY que conste, Jaime, que más al este todavía están las literaturas china, japonesa, etc., que tienen mucho que ofrecer y hay que darles una oportunidad!
No se preocupen: haré cuanto esté en mi mano para "orientar" un poco el blog...
ResponderEliminarPrometo escribir en días venideros no sólo sobre mis queridos rusos (a mí también me chiflan cosa buena), sino que "bajaré" hacia Babilonia, hasta llegar a Adonis, Mika Waltari, Naguib Mahfouz o Ud-Din-Attair...
este blog, a veces, me devuelve a ese cuarto sin ventilación de nuestras reuniones tallerenses.
ResponderEliminarian y las películas,
santi y los japoneses,
jaime y los rusos.. ;)
en fin.
qué bueno leeros!
Santi, por no leer a Tolstoi no te has perdido mucho. Me encanta la literatura rusa, pero Ana Karenina me pareció un "tolstón"....
ResponderEliminarHola, siempre me ha picado la curiosidad por esta novela, pero aún no la he empezado, quizá porque está en verso... no sé por qué, pero pocas veces me he atrevido a leer en verso. ¿Tú lo ves como un inconveniente también? ¡Dame el último empujoncito!
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