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jueves, 4 de diciembre de 2025

Semana de la poesía: Senda hacia tierras hondas de Matsuo Bashō

Idioma original: Japonés

Título original: Oku no Hozomichi (奥の細道)

Traducción: Antonio Cabezas

Año de publicación: 1702

Valoración: Muy recomendable (Imprescindible para interesados)

A más de 300 años de su muerte, Bashō sigue siendo el principal exponente del haiku (incluso considerado por muchos expertos como el creador del haiku moderno). Su figura condensa, casi en un solo cuerpo, la tradición y la ruptura: el poeta que camina, observa, destila el mundo en tres versos y, al mismo tiempo, redefine lo que puede ser un poema breve.

Para los poco enterados, conviene recordar qué entendemos por haiku. Además de la métrica (5-7-5), tradicionalmente el poema debe aludir a una estación del año, o a un elemento de la naturaleza asociado a ella. He aquí un bonito ejemplo del propio Bashō:

桃の木の
その葉散らすな
秋の風

Que las hojas del melocotonero 
no se dispersen,
viento de otoño.

En apenas unas sílabas, el poema condensa una escena mínima (un árbol, unas hojas a punto de caer, una ráfaga de viento) y la carga de una súplica inútil, casi infantil, frente al avance inevitable de la estación. Ese es uno de los grandes hallazgos del haiku clásico: la emoción se sugiere a través de un detalle concreto.

Si bien esta es la regla del haiku tradicional, el haiku moderno tiende más a la sutileza o, directamente, a evitar el tema explícito de las estaciones:

カップ麺
ひとつじゃ足りぬ
長き夜

Una sopa instantánea
no me es suficiente.
Larga la noche.

Aquí no aparece la palabra “invierno”, pero se alude a las noches largas y frías propias de la estación. La escena cotidiana sustituye al tópico estacional. En esa misma línea, otro haiku podría aludir al contraste entre la vida cotidiana y a otro aspecto menos amable de esas noches, donde los incendios son más prevalentes:

わが女 
髪を潰して
火事匂う

Mi esposa 
se plancha el cabello.
Olor a incendio.

Leer los poemas de esta manera puede ser entretenido, pero quizá lo que más me guste de Senda hacia tierras hondas es que, más que una antología de poemas, es en realidad una crónica de viaje. Todos los textos están embebidos en el contexto de las impresiones de Bashō a medida que recorre el territorio de Japón desde Edo (la actual Tokio) hacia el norte profundo. El haiku deja de ser una pieza aislada y pasa a ser una suerte de cristalización súbita dentro de una prosa en movimiento. Anota paisajes, encuentros, posadas, templos, ruinas, personajes más o menos anónimos y, de pronto, una imagen se condensa en haiku. La idea es que el lector asista, casi en directo, al momento en que la experiencia se vuelve forma.

Además del contenido del libro, el contexto de la escritura me parece particularmente interesante. Bashō emprende su recorrido con cierto pesar, más como obligación que con la excitación de un viaje de placer. Parte a sabiendas de la posibilidad de morir en el trayecto, con una mezcla de desapego y fatalismo. Sin embargo, su labor de poeta necesitaba nuevas experiencias e imágenes con las cuales trabajar. Hay algo paradójico en su peregrinación: Bashō viaja para buscar algo que ya ha leído. Intenta replicar las rutas de antiguos poetas itinerantes, visitar los mismos lugares que ellos cantaron siglos antes. Lo que para nosotros es exotismo o turismo literario, para él es una forma de fidelidad: caminar donde caminaron sus maestros, mirar lo que ellos miraron y, al mismo tiempo, aceptar que el paisaje ya es otro, que el tiempo ha pasado también por los lugares.

Para cualquier interesado en la poesía japonesa, este es un libro necesario. Abordar los haikus dentro de su contexto ayuda mucho a entender las imágenes que se nos presentan, los silencios, las alusiones históricas o religiosas que a veces se nos escapan. Y si se tiene la fortuna de haber visto esos paisajes (aunque después de siglos hayan cambiado radicalmente) la lectura adquiere una capa extra de resonancia: el palacio de Nikkō (ese “templo de luz”) bajo la lluvia, el cambio de color de las hojas en otoño en los montes de Yamagata, la costa áspera donde el mar se estrella contra los riscos de Kanazawa...

Aquí algunos de los poemas incluidos en el libro, que dan una buena idea de ese cruce entre viaje, memoria y contemplación:


















Un mar bravío.
Y, tensa sobre Sado,
la Vía Láctea.


















Hierbas de estío:
ruinas son de sueños
de paladines.


















No lo abatieron
ni las lluvias de mayo.
¡Templo de luz!



















La deutzia en flor
me recuerda las canas
de Kanefusa.

Oku no Hosomichi es, al mismo tiempo, diario, poema y mapa emocional. Como crónica de viaje, permite asomarse a un Japón ya desaparecido; como libro de poemas, muestra al haiku en uno de sus momentos más altos, todavía anclado a las estaciones, pero ya cargado de una mirada profundamente personal.

La traducción de Antonio Cabezas hace el texto accesible al lector hispanohablante sin traicionar del todo esa sobriedad original, y eso no es poca cosa (aunque en ciertas partes me inclino más por las traducciones de Octavio Paz).

Senda hacia tierras hondas es imprescindible para quien tenga curiosidad por la poesía japonesa, por el haiku más allá de la cita suelta, o por la literatura de viajes que no busca destinos fotogénicos, sino momentos de atención radical. Un libro para leer despacio y que invita a mirar de otra manera los paisajes que nos rodean.

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