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lunes, 13 de noviembre de 2023

Douglas Rushkoff: La supervivencia de los más ricos

Idioma original: inglés
Título original: Survival of the Richest: Escape Fantasies of the Tech Billionaires
Traducción: Francisco J. Ramos Mena, para Capitán Swing
Año de publicación: 2022
Valoración: muy recomendable


Vivimos a merced del vaivén de las ilusiones de unas pocas mentes pensantes que se encargan día tras día de definir, planificar y crear el mundo en el que ellos quieren vivir. Lo han hecho hasta ahora y lo seguirán haciendo pero habrá un momento en el que ya no querrán vivir en este mundo, ni en sus acaudaladas parcelas en las que viven aislados del resto de la población, de la humanidad. Elon Musk lo sabe y también el autor de este interesantísimo ensayo, Douglas Rushkoff, alguien que se autodefine como «humanista que escribe sobre el impacto de la tecnología digital en nuestras vidas» (…) y que afirma que «nunca me ha gustado mucho hablar del futuro, y menos aún para los ricos», quien se encarga de diseccionar esta realidad y alertarnos de lo que nos espera si seguimos contribuyendo (por activa, pero especialmente por pasiva) a lo que ellos nos deparan.

Este brillante y sobrecogedor análisis, profundo pero de lectura muy amena, parte de una introducción donde el autor describe cómo lo contrataron para dar una charla privada a «cinco tíos superricos —sí, todo hombres— de las altas esferas del mundo de la inversión tecnológica y los fondos de cobertura. Al menos dos de ellos eran milmillonarios» y que «ahí estaban, pidiendo consejo a un teórico de los medios de tendencia marxista acerca de dónde y cómo configurar sus búnkeres postapocalípticos». En esa charla el autor descubrió rápidamente que el conjunto de la humanidad no entraba en sus planes, pues «para ellos, el futuro de la tecnología consiste en una sola cosa: escapar del resto de nosotros» y, por ello, buscaban encontrar «un medio para escapar del apocalipsis que ellos mismos han creado».

Con esta premisa, Douglas Rushkoff, considerado uno de los diez intelectuales más influyentes del mundo según el MIT, escribe este ensayo para indicarnos los planes que tienen los milmillonarios tecnológicos para nuestro (y especialmente «su») futuro y, como todo ensayo que se precie, este análisis no puede partir in media res, sino que el autor lanza su afilada mirada hacia el pasado para ver la evolución (sic) que hemos experimentado y sitúa su origen en la Declaración de Independencia del Ciberespacio, una declaración en la que se pretendía evitar que «los gobiernos ejercieran su autoridad sobre este nuevo proyecto colectivo de la humanidad» pero que el autor confiesa que nuestra esperanza se basaba meramente en una ilusión pues a «la mayoría de nosotros pasó por alto la línea que cerraba el manifiesto: “Davos, Suiza, 8 de febrero de 1996”; el momento y el lugar del famoso Foro Económico Mundial, la zona cero del capitalismo global». Era evidente que una declaración acordada y firmada en la cúspide del capitalismo no podía traer nada buena para el conjunto de la humanidad.

El autor estadounidense es muy crítico con las plataformas tecnológicas pues, realmente, se ha superado el famoso mantra de que, al ser un servicio en apariencia gratuito, somos el producto. Rushkoff va más allá y afirma que hemos transgredido ya ese punto, pues «en este tipo de plataformas no somos tanto el producto como la mano de obra. Leemos, clicamos, publicamos y retuiteamos diligentemente (…) todo eso es trabajo». Toda esta relación que establecemos con las plataformas han modificado nuestra visión del mundo, les hemos sustraído de sus evidentes capas de responsabilidad hasta llegar al punto de que «hemos decidido que el capitalismo implica ser afectuoso y empático con las empresas, y riguroso y darwinista con los individuos», algo que se hizo patente de manera muy evidente y alarmante con la pandemia del COVID que nos hizo más transigentes con los abusos cometidos por las grandes empresas y con quienes acabamos colaborando en su auge y expansión. Así, la pandemia nos aisló, no únicamente de manera física sino también afectiva y humanitaria, pues dejamos de relacionarnos con quienes están fueran de nuestras burbujas y eso supone un problema porque «habitualmente establecemos relaciones con otras personas mediante sutiles señales sociales que han evolucionado durante siglos para favorecer los vínculos afectivos y la compartición grupal». Una pandemia que nos hizo comprar objetos y comida que nos llevaban repartidores expuestos a los virus en sus centros de trabajo y transportes compartidos mientras los recibíamos en la comodidad de nuestro hogar con los ojos cerrados para no ver que la distancia entre ellos y nosotros no se medía en centímetros sino en billetes. 

Y, a pesar de los beneficios que nos puede suponer en el día a día el progreso tecnológico, también es cierto que, tal y como afirma el autor, «lo mejor que puede ofrecernos realmente la tecnología es una falsa ilusión de aislamiento: independientemente de lo que les ocurra a los demás —sea un virus concreto o una catástrofe climática que afecte a todo el sistema—, puede hacernos sentir protegidos (…) por muy inmersos que estemos en el juego de la vida en línea, el mundo real, el de los virus, la pobreza, el terrorismo, el cambio climático y otros horrores, persiste. Solo que somos menos capaces de empatizar con él». Un cambio climático que nos invade y del que pretendemos creer que somos ajenos a sus consecuencias mientras aumentamos su efecto con la ilusión de que siempre habrá una posibilidad de frenarlo. Porque en la mentalidad de quienes gobiernan el sistema, la solución siempre ha sido ir hacia adelante, barriendo con todo, dejando cadáveres por el camino que yacen rápidamente olvidados enterrados bajo los escombros que deja el progreso, porque «la retórica de Silicon Valley (…) exhibe siempre los mismos rasgos distintivos que esos planes de negocio: progreso, futuro, optimismo, transformación, ganancia. Pero normalmente se trata solo de eufemismos para referirse a la conquista, la colonización, la dominación, la extracción». Y en esa huida siempre hacia adelante, es fácil deducir que «cada uno de nosotros nos estamos haciendo más valiosos como conjunto de datos que como consumidores de carne y hueso, o incluso como seres humanos» porque «posiblemente el defecto más trágico de los triunfalistas tecnológicos sea su absoluto desprecio por la historia».

Afirma Rushkoff que «los conquistadores y capitalistas más agresivos del mundo (…) se mueven rápido al romper cosas para que, al caer, los escombros que dejan tras de sí no los alcancen» aunque lamentablemente los escombros no desaparecen, solo dejamos de verlos al fijar nuestra mirada hacia un horizonte estelar lleno de progreso y de nuevas tecnologías que, de nuevo, creen que nos podrán salvar porque «como un niño pequeño que quiere esconderse y cree que tapándose los ojos con las manos puede evitar que lo vean, quienes pretendan depender de la tecnología digital para mediar con el mundo de van a llevar una buena sorpresa» y ahonda en ello al citar a John Culkin (uno de los padres de la teoría de los medios) afirmando que «nos convertimos en aquello que contemplamos. Nosotros modelamos nuestras herramientas y luego nuestras herramientas nos modelan a nosotros». Hemos llegado a este punto, nos hemos convertido en el producto de sus productos, ahora la cuestión es descubrir si seremos capaces de vencer un mundo que, llevándonos siempre hacia adelante, nos dirige directamente a un abismo del que no hay salida tecnológica sino humanista porque, a fin de cuentas, «¿desde cuándo los humanos estamos aquí para servir a la economía?»

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