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miércoles, 20 de abril de 2022

Georges Simenon: La prometida del señor Hire


Idioma original: francés

Título original: Les fiançailles de Monsieur Hire

Año de publicación: 1933

Traducción: Mercedes Abad

Valoración: se deja leer


"Si le hubiera preguntado a mis clientes, me hubieran pedido caballos más rápidos". Sirva la paradigmática frase pronunciada por uno de los pioneros de la industria automovilística como ejemplo de que, también en literatura, incluyamos el género negro o policiaco, el simple avance producto del progreso de la masa lectora, relega con crueldad aquellos textos anclados en situaciones que ya suenan, diría, añejas o hasta superadas. Me permito un pequeño inciso: mi valoración alternativa para esta novela hubiera sido bisoña o ingenua o incluso (aunque odio la palabra) entrañable. De hecho, mi decisión de lectura viene de su condición de ejemplo de narración en línea recta en el sentido de coherente, secuencial, sin flash back, sin evocación, y desde luego lo es absolutamente, pero desde luego considero esto muy lejos de tratarse de una virtud, quizás lo fuera en su momento, pero a estas alturas me ha parecido algo cercano a lo exasperante, por su obviedad y previsibilidad.

Esta novela, al margen de las correrías del comisario Maigret que hicieron famoso a su autor, dispone de un argumento sencillo y asequible. La policía investiga el salvaje asesinato de una joven en un barrio de París. El sospechoso principal es el tal señor Hire, un hombre de aspecto levemente caricaturesco que lleva una existencia anodina entre su extraño trabajo captando a incautos a los que promete un sobresueldo y sus actividades más inhabituales: cuando llega la noche observa desde su ventana a una mujer, una criada que se despoja de su ropa en su habitación, consciente de estar siendo observada. Los inspectores de policía siguen indisimuladamente a Hire a la espera del mínimo error que permita incriminarlo, interrogan a la portera de su casa, en fin, llevan a cabo una investigación bastante tosca ubicada en esos distritos de los primeros años 30, sin más implicación en el uso de los escenarios que encontrar una ubicación: ni un conato de crítica social en esa vida, esas relaciones de pareja algo perversas, los prostíbulos, la vida en la calle dominada por la curiosidad y la inquietud entre la gente que quiere que se detenga al autor del crimen.

Y eso sería todo, avanzar más en la trama sería desnudar a la novela en todo su simple esquema, con una solución algo ingeniosa aunque binaria. Un ejercicio que cualquier lector promedio de hoy en día resolvería en minutos. No creo que sea un sacrilegio proclamar que esta, por ejemplo, o muchas novelas de Agatha Christie, son meros artilugios literarios solo unos centímetros por encima de los folletines, con una loable intención de entretenimiento pero, décadas después, sin el mínimo logro literario o ya no digamos el menor conato de innovación, y aunque la falta de pretensiones puede despertar algún tipo de condescendencia por parte del lector comprensivo o con buena actitud, pero a poco que uno exija un mínimo de estímulo (y no hace falta correr a leer el Finnegan's Wake) debo inclinarme por no recomendar en absoluto, ni por mera curiosidad, perder el tiempo con este tipo de novelas a las que el tiempo (nueve décadas son una absoluta eternidad para el caso) ha pasado factura de forma cruel e implacable.

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