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viernes, 14 de mayo de 2021

Jane Lazarre: El nudo materno

Idioma original: inglés
Título original: The mother knot
Traductora: Elena Vilallonga
Año de publicación: 1976
Valoración: Muy recomendable, imprescindible para m/padres
 
Hoy comienzo esta reseña, sin que sirva de precedente, con una imagen que no es la portada del libro. Es una campaña de publicidad de El Corte Inglés para el Día de la Madre. El slogan, por si alguien no consigue leerlo, dice: "97% entregada; 3% egoísmo; 0% quejas. 100% MADRE". Lo que este anuncio viene a demostrar es que, por mucha reflexión y mucha deconstrucción que se haya producido en torno a los modelos de mujer y de madre en los últimos años, al menos en ciertos ámbitos (no olvidemos que todo anuncio tiene un target específico) sigue dominando la imagen de la madre sufridora, que renuncia a sí misma (salvo por ese pírrico 3% de egoísmo, qué generosidad al concedérselo), que se entrega completamente a los hijos y que, sobre todo, ojo, NUNCA SE QUEJA. Eso es una MADRE, con mayúsculas (que además y a pesar de todo tiene tiempo para estar arregladísima y perfecta para la foto). El resto, se supone, son "Malas madres" o "madres cuervo", como una amiga me enseñó que se les llama, peyorativamente, en Alemania a las que quieren mantener y desarrollar su carrera profesional.

Este anuncio, con todo lo que implica, demuestra que El nudo materno de Jane Lazarre sigue estando vigente y sigue siendo necesario, por desgracia, 45 años después de su publicación original.

Porque El nudo materno es una obra pionera en la exploración, precisamente, de ese desajuste casi inevitable que se produce entre las expectativas que se imponen a las madres (y en muchísima menor medida, a los padres), y la cruda realidad de una maternidad que puede ser física, mental y emocionalmente agotadora, que pone en cuestión la propia identidad (desde un punto de vista individual y social), y para la que casi nadie está preparado, por mucho que haya oído o leído sobre el tema, y por mucho que otras personas (amigas o familiares) hayan pasado ya por la misma experiencia. Porque una cosa es saber algo racionalmente, y otra saberla con el cuerpo.

Esa es la experiencia por la que pasó Jane Lazarre, escritora y artista neoyorquina de origen judío, cuando se queda embarazada de su primer hijo. De pronto, todos sus planes vitales, intelectuales y creativos quedan interrumpidos; su vida se detiene para enfocarse total y únicamente en su hijo Benjamin. Se espera de ella que lo sepa todo, que lo sufra todo sin quejarse y, aun más, que se sienta realizada y feliz en su papel de madre, renunciando a todas las restantes facetas de su personalidad. Y sin embargo, lo que Jane Lazarre vive y siente es algo bien distinto: es el dolor del parto y de sus consecuencias, la inseguridad por no saber cómo se cuida a un bebé, el cansancio constante, el aburrimiento, la frustración de no poder estudiar, leer, escribir - todo ello unido, sí, al amor y a la gratitud, a la felicidad y al placer. En uno de los momentos esenciales del libro, y también uno de los más citados, Jane Lazarre describe el sentimiento dominante en su experiencia de maternidad: la ambivalencia.

—Yo daría la vida por él […], prefiero morirme a perderlo. Supongo que esto es amor —dije estremeciéndome, y después nos echamos a reír—, pero ha destrozado mi vida y solo vivo pensando en cómo recuperarla —dije para terminar, porque sin la segunda parte de la frase, la primera era una pérfida mentira, una mentira que juramos desterrar para siempre.

—Estoy deseando que llegue mañana para que te ocupes tú de los niños —me confesó—, pero me da terror dejarlos.

Asumimos que las frases tendrían siempre dos partes: la segunda contradecía aparentemente la primera, pero su unidad estaba siempre sujeta a nuestra capacidad cada vez mayor de tolerar esta ambivalencia, pues el amor maternal trata precisamente de esto.

Leyendo estos párrafos, es imposible no acordarse de Las madres no, de Katixa Agirre, que sin duda conoce la obra de Jane Lazarre (y creo que incluso la cita en algún momento), puesto que describe la misma mezcla de placer, amor, aburrimiento, miedo, frustración, inseguridad.
 
El nudo materno se divide en tres partes: "Nacimiento"; "Madres y Padres" y "Niños", con una última más breve, titulada "La dama oscura", que sirve casi como epílogo a la narración. La primera de estas tres partes se centra en el embarazo, el parto (descrito con toda crudeza física y fisiológica) y el periodo inmediatamente posterior al nacimiento de Benjamin; la segunda, en su periodo de estancia en Yale, en una urbanización para familias de estudiantes y profesores de la universidad; la tercer, tras su vuelta a Nueva York, muestra su intento de encontrar o construir una escuela para Benjamin, junto con otras madres, que responda a sus valores, a su clase social y a su visión del mundo. A lo largo de estas tres partes, y sobre todo en la segunda, que es quizás la más redonda, se produce un reconocimiento de lo común de la experiencia de la maternidad, al menos con otras mujeres que también rechazan el modelo de la "madre ideal"; un viaje "del yo al nosotras", como dice en su prólogo Carolina del Olmo, usando, curiosamente, la misma expresión que yo usé para describir Cambiar de idea de Aixa de la Cruz, y que también creí reconocer en La hija única de Guadalupe Nettel

Una maternidad, eso sí, radicalmente situada, esto es, alejada de cualquier tentativa de abstracción o esencialismo que habita en muchos textos del género "libro para mamás". Quien nos habla no es la Madre, un concepto o modelo, por muy alejado que esté del ideal tradicional, sino Jane Lazarre, mujer blanca, judía, neoyorquina, artista, huérfana, de clase media, pasional, casada con un hombre negro en los Estados Unidos post-mayo del 68. Eso impone a su maternidad (como a cualquier otra) unas coordenadas culturales, sociales, raciales, económicas y, también, psicológicas, que evitan cualquier tentación de generalización. La propia autora reflexiona, con un alto grado de autoconsciencia, sobre esta inevitable e irreductible dualidad (otra) entre lo común a todas las madres, y los innumerables condicionantes que las diferencian, y que nunca deberían ser borrados u olvidados: 

Esta es la historia de la primera crisis de maternidad que experimenta una mujer. Se trata de un caso individual y atípico: es una artista, tiene un temperamento intenso y es de clase media desde un punto de vista cultural. No tiene dinero para contratar asistentas, ni canguros a tiempo completo, ni dispone de un despacho o habitación donde aislarse. Pero es una mujer típica porque es un ser humano, una mujer y una madre, y en este sentido sus experiencias reflejan las de otras mujeres, incluso ayudan a demoler una serie de patrones insoportables que nos oprimen a todas: la mística de la maternidad.

Así, si por una parte se puede decir que El nudo materno es un modelo pionero de un cierto camino de reflexión y liberación, y no sería descabellado, creo, decir que es un eslabón clave en una genealogía de textos sobre la maternidad, por otra parte la propia autora renuncia, con inteligencia, a proponerse como modelo extrapolable a otras mujeres. No se trata tanto, así, de proponer un camino alternativo al ideal dominante de madre, sino reivindicar el derecho de cada una a vivir la maternidad de forma honesta e individual - lo que incluye, también, debilidades, dudas, miedos, inseguridades, frustraciones... y quejas. Porque negar a alguien (a una mujer, a una madre en este caso) el derecho a quejarse, independientemente de que otras estén peor, o de que "ya deberías saber dónde te metías", o de que "ya no eres una niña y tienes que asumir las consecuencias de tus actos", es una forma de reprimir, controlar y culpabilizar. Cuarenta y cinco años después de que Jane Lazarre aprendiese a quejarse, todavía sigue haciendo falta recordarlo.

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