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miércoles, 15 de agosto de 2018

Manuel Alcántara: La edad de oro del boxeo

Idioma original: español
Año de publicación: 2014
Valoración: Está bien

Olvídense, por favor, de la horrenda cubierta. Dejemos de lado también el confuso y erróneo título. Y, a ser posible, intentemos soslayar, al menos durante unos minutos, el debate sobre si el boxeo es un deporte, su brutalidad y todas esas cosas. Sólo pido unos minutos para valorar estrictamente el contenido del libro, y luego ya habrá tiempo para lo demás.

Manuel Alcántara es un viejo periodista (creo que le han caído ya los 90) y también poeta, que acumula unos cuantos premios en ambas actividades. Como se puede suponer, a estas alturas el hombre ha recorrido todas las cabeceras de la prensa española, desde las épocas más densas del franquismo hasta la actualidad, donde escribe una columna diaria para el grupo Vocento (El Correo y unos cuantos más). Aunque le echo un vistazo de vez en cuando, tengo que confesar que no me gusta cómo escribe este señor, con ese humor un poco txotxolo (me ofrezco a definir el concepto si es menester) y esa afición a recrearse con continuos juegos de palabras, línea tras línea. Por lo demás, algunas de sus aficiones de siempre calcan el estereotipo masculino de unas décadas atrás: fútbol, toros y, por supuesto, boxeo.

La afición por el ’noble arte’ (venga, estupor y rechinar de dientes) le viene a Alcántara desde su infancia en Málaga, cuando contemplaba desde la ventana entrenamientos y peleas de púgiles aficionados, y ocupó después durante años buena parte de su actividad periodística. Es justamente este trabajo como cronista el que constituye la parte fundamental del libro: quince artículos de Alcántara relatando otros tantos combates (no ‘asaltos’, como dice el título) de una época brillante del boxeo en España, aproximadamente de mediados de los 60 a finales de los 70. Por si a alguno le suena y no ofende que los cite, por ahí circulan Legrá, Carrasco, Durán, Urtain o Evangelista, entre otros.

Si antes decía que no me gusta el estilo de don Manuel en su columna, me ocurre lo contrario con sus crónicas boxísticas. Son relatos ágiles, breves, construidos con los medios de la época, a partir de unas notas y a veces dictados por teléfono, que sintetizan de maravilla los combates y su entorno. A pesar de su brevedad -dos o tres páginas cada uno- Alcántara tiene la capacidad de transmitir la intensidad de los momentos más relevantes, sin abusar de la épica y usando con moderación de figuras retóricas, sólo lo imprescindible para dar altura al texto. Parece que estuviéramos viendo esos lances, a veces dramáticos, en blanco y negro, con el análisis certero de un tipo que indudablemente sabe un montón, pero se cuida de no apabullar con tecnicismos ni adornar en exceso sus crónicas. Aunque, eso sí, cuando recurre al ornamento lo hace con figuras bien medidas y a veces realmente afortunadas: 

‘Hay un silencio casi táctil, un silencio absorto, como el que se produciría si cesara de repente una catarata’. 

La lectura de los artículos de Alcántara es también un recorrido esclarecedor por la amplia etapa que abarcan. Detrás de cada línea se deja ver el respeto y la admiración hacia estos tipos que salen a partirse la cara, siempre gente de extracción humilde y que sueña con un éxito que pocas veces llega a algo más que la gloria efímera de unos cuantos combates ganados. Pero también se transparentan algunas de las miserias de ese mundo, esa trastienda que después de tantas películas tenemos todos tan interiorizada. Se descuelga Alcántara con una crítica feroz, indisimulada, a los combates decididos por puntos siempre a favor del púgil ‘de casa’, a veces con absoluta desvergüenza. Y ojo porque, en lo que se refiere a los artículos incluidos en el libro, el primer zasca, sereno pero nítido y demoledor, se proyecta contra una victoria de Pedro Carrasco en Madrid. Oiga, que no es nada corriente semejante sinceridad antipatriotera, y menos en 1971.

La objetividad de las crónicas no impide que en los textos quede huella del lado emocional del autor, y la combinación de las dos perspectivas es una de sus cualidades más notables. Como buen aficionado, Alcántara vibra con los lances, pero también se estremece ante combates especialmente brutales, se enfurece frente a peleas indignamente desiguales montadas sólo para hacer negocio, o se rebela frente a la indiferencia hacia los viejos campeones. Y sobre todo, no tiene empacho en cuestionarse el propio deporte, que es a veces ‘un disparate desde el punto de vista racional’. Manolo tiene clara la línea roja: tras recibir un buen repaso, el japonés Wajima va camino del hospital, y Alcántara jura que, si muere, será su última crónica de boxeo. Salvado Wajima, cumplirá la promesa un par de años después, cuando fallece en el ring el almeriense Juan Rubio Melero.

No pretendo convencer a nadie. Si a usted el boxeo le resulta aborrecible, nada positivo sacará de este libro. Si por el contrario le gusta, o al menos le es indiferente, pues bueno, es una pequeña colección de artículos muy bien escritos, que describen un deporte, una época y a un autor con personalidad. Ustedes mismos.

P.S.: Al final he puesto a Manuel Alcántara como autor del libro, aunque en realidad lo es sólo de las crónicas que he comentado. La recopilación es de los periodistas Teodoro León Gross y Agustín Rivera, que firman una pequeña introducción a cada texto y una entrevista al propio Alcántara (en la que el hombre, la verdad, desbarra un poquito). Cierra el libro un epílogo de José Luis Garci que, aparte de la firma de alguien más o menos popular, aporta poco o nada a la materia, se permite algunos comentarios que me parecen bastante irrespetuosos hacia Alcántara, y se adorna con una exhibición de erudición innecesaria y gratuita.

4 comentarios:

  1. Hola compañero:
    Pues yo hace tiempo que no leo El Correo, pero recuwrdo las columnas de este señor con cierto agrado. Es verdad que quizás etan algo anticuadas y no de le puede considerar uno de los mejores columnistas de periódico, pero mostraban una contención y un sentido común que esta a años luz de los desafueros de los columnistas "estrella" de la prensa actual, al menos de derechas (es decir, casi toda la prensa escrita).
    Saludinhos.

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  2. Hola, Carlos:
    Por favor, define el humor "txotxolo". Me ha encantado el término.Mi madre ha udado siempre mucho la palabra chochona (sinónimo de la persona simple y que se deja llevar por la vagueria)
    Saludos

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  3. Carlos, tu club de fans necesita saber qué demonios es "txotxolo".

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  4. Bien, amigos y admiradores, el diccionario Elhuyar, que es de lo más completo en voces eúskaras, lo define como 'majadero, simple, insustancial, casquivano, alelado, turulato' y varias definiciones más que no transcribiré para no cansar. En mi entorno familiar el término no tenía un significado tan recio, sino más bien 'tontorrón', o quizá 'simple' como dice Lupita, pero con el matiz cariñoso que casi siempre tienen en euskera estos conceptos que en otras lenguas adquieren un tono más insultante.

    Discrepo un poco con Juan. Yo casi nunca leo las columnas de Alcántara, pero sí me parece un poco cansino (término castellano-riojano, según creo) el gusto por acumular juegos de palabras sin freno, aunque reconozco que tiene cierta finura al tratar los temas.

    Bueno, pues para ser 15 de agosto yo creo que ya va bien con esto.

    Saludos y gracias por vuestras opiniones.

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