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domingo, 29 de abril de 2018

Ana Alcolea: Postales coloreadas



Idioma original: Castellano
Año de publicación: 2017
Valoración: Muy recomendable 



Dicen que la literatura corrige la historia. A mí me gusta hacerlo”. Un azucarero de aluminio, un agujón dentro de una cajita de joyería antigua color granate, una lima de uñas con el mango de plata, los ojos de un muñeco de porcelana roto, las postales coloreadas en la que unos padres desean a su hija un feliz aniversario (y pronta descendencia), unos pendientes de oro con granates incrustados en forma de tréboles de cuatro hojas hechos a partir de unos gemelos… Son las reliquias familiares de las que se sirve Ana Alcolea (Zaragoza, 1962) para urdir estas Postales Coloradas, el viaje por la peripecia vital de sus abuelos y bisabuelos a través de los recuerdos, emociones, silencios y leyendas que conforman una familia, cualquier familia, todas las familias: “Ya que no puedo cambiar los desaguisados de la historia con mayúsculas, al menos puedo corregir con las palabras los recuerdos de los muertos, que, al fin y al cabo, ya no son ni siquiera palabras”, podemos leer en una de sus páginas.

La novela discurre esencialmente entre los últimos años del siglo XIX y las primeras décadas del XX, aunque también llega a nuestros días puesto que la voz que la escritora da a la narradora es la propia, aunque descuiden, no se trata de un ejercicio más de aguerrida autoficción. El tono de la narración está confeccionado con sosiego y delicadeza, como quien va recuperando un viejo mueble destartalado, como quien va arañando con la uña en la memoria, desconchando capas de olvido con tanta determinación como cariño y rescatando –con rigor pero también con ficción- personas, situaciones, mentalidades y sentimientos. Así, por ejemplo, abundan los párrafos que Ana Alcolea hace arrancar con el giro “El caso es que…” y muchas páginas desprenden la sensación de estar metido en el susurro de una historia desconocida pero propia, ajena y cercana.

El caso es que el recorrido de los protagonistas está estrechamente ligado al ferrocarril. Su llegada a Almería en 1885 detonó en Juan, de acomodada posición, la voluntad de ligar su vida a aquel artefacto que irrumpía anunciando modernidad, prosperidad y fraternidad, anhelos que el joven andaluz abrazaba con devoción y que le empujaron a cortar con los suyos y partir hacia nuevos horizontes. Su primer destino como jefe de estación fue el apeadero de la aldea orensana de Amorio, donde casó con Agustina, cuya expectativa era más prosaica; cuidar de vacas y progenitores, pues sus hermanos ya habían emigrado a la otra orilla del Atlántico. De esa unión nacieron siete hijos (entre ellos, la abuela materna de la narradora) en los destinos laborales que por diversas estaciones –especialmente en el Central de Aragón, que iba de Sagunto a Calatayud- les fueron encomendando, hasta establecerse definitivamente en la capital aragonesa en 1911.

De aquel proletario con modales de señorito, que firmaba como El Fígaro de los tormentos encendidos panfletos republicanos y que jamás dejó de gastarse en prostitutas y cartas la parte del sueldo que luego faltaba en la mesa de los suyos, fueron también las reglas establecidas para los miembros de su familia que recibían una vez al mes la visita del diablo; proveer sustento, alivio y obediencia. Sumisión disfrazada de respeto. Nada, pues, de despilfarrar tiempo o recursos en enseñarles a leer y escribir, a cultivarse, a cuidarse. “Las cosas son así: o se pregunta cuando hay que preguntar y, con un poco de suerte, alguien se va de la lengua, o uno se aguanta sin saber los secretos de la familia, que son parte de la materia que estamos hechos”. Y así son en efecto estas postales, humildes y modestas, apenas coloreadas para ofrecernos el retrato de una época, de un país y de unas mujeres cuyo esfuerzo y sacrificio nos abrió la senda por la que hoy transitamos; la semblanza de una familia como cualquier familia, como todas las familias.

4 comentarios:

  1. Qué buena reseña, Carlos, clara y a la vez evocadora.
    Otro libro a la pila!

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  2. ¡Esas pilas que no dejen de crecer! Muchas gracias Beatriz.

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  3. Ya sé que lo importante es el libro, Carlos. Difundir la obra. Pero yo no puedo evitar mencionar que leerte a ti es un verdadero placer.

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  4. Bueno, empiezo la semana destilando rubor, aunque mi autoestima y yo agradecemos infinitamente los piropos. Pero es que la novela de Ana Alcolea está muy bien...

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