Idioma original: español
Año de publicación:
2004
Valoración: Muy
recomendable
Hace unas
décadas, se hablaba mucho de nuestra incapacidad para entender los artilugios
que utilizábamos, se recordaba que, en tiempos más antiguos, todo el mundo era
capaz de arreglar un aparato doméstico pero que, en poco tiempo y sin que casi
nos diésemos cuenta, la técnica había conseguido que ignorásemos el
funcionamiento de gran parte de los objetos de uso común. Hoy nadie se asombra de
esto, y eso que el nivel de complejidad al que hemos llegado no tiene ni punto
de comparación con el de entonces. Lo que nos intriga ahora tiene mucho más que
ver con nosotros porque se trata del mundo que habitamos. No logramos entender
del todo ni los mecanismos que lo hacen funcionar, ni las relaciones de poder
y, si apuramos un poco, ni siquiera nuestro propio papel, es decir, qué tipo de
peones somos y de qué juego formamos parte.
Este
ensayo, Premio Espasa en su día, ha cumplido ya unos años pero todo lo que dice
continúa vigente, aunque es cierto que se queda algo corto. Influido directamente
por los atentados del 11S, pero anterior a otros posteriores y desde luego a la
crisis, reconocemos la sociedad que pinta como nuestra, aunque actualmente se
encuentre corregida y aumentada por una tendencia cada vez más vertiginosa e
imparable. Mientras tanto, su autor ha escrito otros libros, pero merece la
pena empezar por este pues nada de lo que dice ha quedado obsoleto y contiene
los fundamentos de lo que vendrá. Su principal atractivo, aparte de la claridad
y el rigor analítico, reside en que trata de indagar en fenómenos sociales
trascendentales que no pueden observarse a simple vista. Algo que es de
agradecer –incluso si hoy día podemos observar con claridad gran parte de lo
que entonces no podía verse– ya que nos da pistas de sobra para deducir que, con
toda probabilidad, ha aumentado exponencialmente desde entonces la porción de
lo que permanece en la sombra. Esto se debe a su complejidad creciente de
nuestras sociedades, directamente proporcional a su opacidad y a la
imprevisibilidad de sus mecanismos; complejidad que, unida a simulaciones y manipulaciones
–de las que, afirma, terrorismo y antiterrorismo son ejemplos claros– definitorias
del imperio de la información que nos rodea, convierte el escenario social en
algo difícilmente abarcable, al menos para cualquier observador de a pie.
En este
contexto, la sospecha resulta muy útil:
“Cualquier que pretenda entender la realidad termina por adoptar algunas de sus actitudes fundamentales: desconfianza, reflexión, paciencia, examen de los detalles, capacidad de imaginarse las cosas de otra manera…”
Pues
cuanto más se escenifica lo que ocurre, cuanto más asistimos a la
representación de lo aparente, de esa saturación de la imagen, lo visual, lo
televisivo –por esa necesidad de franqueza que solo sirve para definir nuestras
carencias– más motivos encontramos para desconfiar. Máxime si tenemos en cuenta
la dificultad de identificar a los auténticos responsables y, sobre todo, que,
desde hace ya tiempo, tanto la transgresión como la crítica se absorben con
naturalidad pasando a formar del sistema. Así, a la vez que se neutralizan,
constituyen ingredientes tan tranquilizadores como disuasorios. Pues
“… el poder de un sistema es completo cuando consigue introducir la negación del sistema en el sistema mismo.”
En nuestra
época, cuando se quiere invisibilizar cualquier cosa, en lugar de ocultarla, se
banaliza, es decir, se expone tanto a la vista que termina produciendo
indiferencia. En lugar de intentar convencer, los líderes se esfuerzan por
distraernos del auténtico foco del problema. Se utilizan las periferias tanto
para incrementar beneficios (deslocalización) como para producir conflictos que
justifiquen la consecución de intereses concretos (acciones terroristas). Las
confrontaciones ya no solo son territoriales: existe una guerra difusa, sin
territorio ni espacio concretos, en la que hasta los contendientes se
desdibujan. Los territorios políticos, en general, han perdido solidez:
“Circuitos financieros, intercambios comerciales, difusión de ondas e imágenes, migración de personas, solidaridades religiosas, culturales o lingüísticas parecen pesar más que nunca en la frágil cartografía del mundo.”
La
ausencia de fronteras producida por el incremento de información trae como
consecuencia la posibilidad de comparar: nivel de vida, diferencias económicas
y culturales etc., y esto constituye una fuente de conflictos. Por otra parte,
se produce una desmaterialización de lo económico: antes que el beneficio
inmediato se valoran factores como la atención, las relaciones y la
visibilidad. A medida que la sociedad se hace más segura crece la inseguridad, la
necesidad de protección, incrementándose las medidas dirigidas a reducir los
riesgos al máximo. El futuro “ya no es lo
que era”, lo que viene a decir que se ha convertido en impredecible. Y
hablando de futuro, hace ya tiempo que perdimos la vieja fe en el progreso
automático. Hemos llegado, pues, a una “época posutópica”.
Concretando,
un análisis lúcido de algunos de los aspectos que caracterizan nuestra
convivencia. A pesar de todo lo que ha llovido desde hace doce años, las
explicaciones de Innerarity no han perdido relevancia. Eso sí, la falta de
referencias a la crisis económica –inexistente en aquellas fechas – y a otros acontecimientos
posteriores, nos sitúa en una panorama más optimista que el actual. Esto y la reiteración
excesiva quizá desentonen un poco en un texto que no dudo en calificar de
brillante.
¡Tiene muy buena pinta!
ResponderEliminarPues a por él. Aunque también puedes leer el último y decirnos qué opinas, tiene que merecer mucho la pena.
ResponderEliminarTuve el placer de tener a Innerarity como profesor hace ya tiempo. Conozco este libro, que le metió en la divulgación, pero no el ultimo, habrá que leerlo.
ResponderEliminarwww.thecuentista.com
Eso pienso yo también. Pero tendré que hacerlo pronto, porque este se ha pasado en mi estantería ¡¡12 años!! y no es cuestión de hacer lo mismo.
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