Idioma original: inglés
Título original: Gunshot Lovesongs
Año de publicación: 2014
Traducción: Marta Alcaraz
Valoración: decepcionante
Nuestros lectores más fieles ya sabrán que, esporádicamente, los miembros de ULAD nos atenemos a la fórmula de la «contrarreseña» si alguna de las valoraciones sobre un libro realizada por un compañero del blog se opone radicalmente a la nuestra. Esto no quiere decir que lo hagamos siempre, desde luego: dado que ULAD es una aventura llevada a cabo por varias personas, me atrevo a pensar que son muchas las veces en las que un libro reseñado tendría una valoración diferente de ser otro (yo mismo, por ejemplo) quien la emitiera, pero tampoco se trata de enrocarnos en repeticiones y relecturas, pues, a fin de cuentas, la idea que subyace en esta santa casa es la de reseñar un libro (distinto, se sobreentiende) al día. No obstante, en este caso no he podido resistir la tentación de proponer un punto de vista distinto al de Francesc, que reseñó este libro aquí, valorándolo con un «muy recomendable» y añadiendo, para mi desasosiego, un «candidato a libro del año» al final de su reseña.
Como en esa misma reseña se habla de la trama, los personajes y las intenciones del autor, no voy a insistir en ni repetir ninguna de esas explicaciones, habituales por otra parte en casi todas la entradas del blog. Y como lo que hacemos aquí no es crítica académica sino una suerte de reseña-comentario más o menos breve, más informativo y personal que otra cosa, empezaré precisamente por mi decepción: llegué al libro animado por la reseña mencionada y por otras semejantes que circulan en la red, en las que se destacan con emoción determinados valores literarios que yo, para mi desconsuelo, no he sabido encontrar.
Hacía tanto, por enfocar de una vez, que no me aburría tantísimo con un libro. Canciones de amor a quemarropa es una de las lecturas más cursis, blandas y soporíferas que ha caído en mis manos en los últimos tiempos, y reconozco que no puedo salvar nada de él salvo la honestidad de su título: a mí ya me olía mal, antes de leerlo, eso de las canciones de amor. En lo formal, Butler es un narrador básico, con algunos destellos de fuerza en sus (constantes, interminables, repetitivas, intrascendentes) descripciones paisajísticas, pero que para cualquiera que haya leído, qué sé yo, a Antonio Machado (por ponerme antiguo), no descubren ni sorprenden ni emocionan demasiado. Siguiendo con lo formal: la novela está estructurada en pequeños capítulos narrados en primera persona por los personajes protagonistas, y esto tiene, como es obvio, un riesgo enorme: que los personajes suenen igual. Y efectivamente, suenan igual. Aunque el autor tiene la ocurrencia de incluir más o menos tacos (no miento) si el que habla es Ronny, o algunas ideas directamente propias de un jardín de infancia («Soy mala persona, soy malo...») si el que habla es otro, al final uno sale de esta Calle de la Piruleta con la sensación de que ha estado escuchando, todo el tiempo, el mismo discurso infantil, preadolescente o ñoño, del mismo personaje.
Estoy mirando los trigales salvajes doblarse como un arco bajo la fuerza del frío viento del norte, que llega de las mismas montañas que tapan el sol del atardecer. Esto no está sacado del libro pero podría estarlo. Así, entre escena y escena, porque la estructura es ésta: escena, paisaje, reflexión sobre la escena, paisaje, escena, etc.
Hablaba de personajes. El discurso que el autor nos propone por su boca es redundante y nostálgico: el pueblo es lo que más nos gusta; las ciudades son lugares impersonales; la gente buena de verdad está en el pueblo; si me marcho del pueblo, seré infeliz; si me marcho del pueblo, querré volver al pueblo. Para envolver esta idea, Butler desarrolla unas ciertas peripecias en la trama (noviazgos, bodas, divorcios) que, confieso, me han recordado mucho a una serie que veía de niño, titulada Aquellos maravillosos años, en la que un grupito de chavales se enamoraban, se desenamoraban y vivían dramáticas tragedias adolescentes que, pasado el tiempo, recordaban con una fuerza brutal. Lo mismo les sucede a los protagonistas de esta novela hiperafectada, atrapados en círculos sentimentales de los que no saben salir porque son planos como las praderas llenas de vacas que los rodean. Butler, además, desde mi punto de vista, trata a los lectores como niños igual de simples que sus protagonistas: frente al mundo que le ofrecen al lector autores como, por ejemplo, Alice Munro o Eloy Tizón (por mencionar algo variadito: hombre y mujer, español y extranjera), que plantean textos llenos de agujeros, en los que el lector debe intervenir y rellenar y pensar, a fin de cuentas, Butler es considerado hasta la náusea, explicativo sin razón, casi escolar: cuando Kip no se porta bien, su siguiente parlamento incluye perlas como «no soy bueno, soy malo para las personas». Y sufre. Cuando Lee está triste, decide reconocer su gran drama vital: «estoy enamorado de ella. Siempre lo he estado». Y sufre. Y etcétera, todos: con la capacidad de reacción de un bovino.
En el colmo de la Golosina, por terminar, tenemos a Ronny, un tipo que sufrió un accidente y quedó intelectualmente discapacitado, que sirve en la novela, en tanto que bufón o duende o niño o conciencia (dependiendo del cuento infantil que usemos como contraparte), de embaucador recurso literario para mostrar ciertas bajezas o noblezas de quienes lo rodean: la escena de la camiseta, por ejemplificar esta idea, es directamente insoportable: pobre Ronny, qué chungo es Kip, qué leal Lee.
Como me he extendido mucho, ni voy a entrar en Lee, el músico: necesitaría otra entrada para quedarme a gusto. Diré, sí, que la palabra «tópico» se queda muy, muy corta para definirlo. Y pongo el punto final no sin antes recordar, como siempre, que no pretendo convencer a nadie, ni a los compañeros de blog, de que esta novela no es otra cosa que un enorme, blanquisimo y empalagoso pastel de nata. Por suerte, vivimos en un mundo plural.
Curiosidad: al final, Butler menciona en agradecimientos la friolera de cien nombres, entre personas, instituciones y hasta ciudades. Cien.
También de Nickolas Butler en ULAD: Canciones de amor a quemarropa (reseña), El corazón de los hombres
Título original: Gunshot Lovesongs
Año de publicación: 2014
Traducción: Marta Alcaraz
Valoración: decepcionante
Nuestros lectores más fieles ya sabrán que, esporádicamente, los miembros de ULAD nos atenemos a la fórmula de la «contrarreseña» si alguna de las valoraciones sobre un libro realizada por un compañero del blog se opone radicalmente a la nuestra. Esto no quiere decir que lo hagamos siempre, desde luego: dado que ULAD es una aventura llevada a cabo por varias personas, me atrevo a pensar que son muchas las veces en las que un libro reseñado tendría una valoración diferente de ser otro (yo mismo, por ejemplo) quien la emitiera, pero tampoco se trata de enrocarnos en repeticiones y relecturas, pues, a fin de cuentas, la idea que subyace en esta santa casa es la de reseñar un libro (distinto, se sobreentiende) al día. No obstante, en este caso no he podido resistir la tentación de proponer un punto de vista distinto al de Francesc, que reseñó este libro aquí, valorándolo con un «muy recomendable» y añadiendo, para mi desasosiego, un «candidato a libro del año» al final de su reseña.
Como en esa misma reseña se habla de la trama, los personajes y las intenciones del autor, no voy a insistir en ni repetir ninguna de esas explicaciones, habituales por otra parte en casi todas la entradas del blog. Y como lo que hacemos aquí no es crítica académica sino una suerte de reseña-comentario más o menos breve, más informativo y personal que otra cosa, empezaré precisamente por mi decepción: llegué al libro animado por la reseña mencionada y por otras semejantes que circulan en la red, en las que se destacan con emoción determinados valores literarios que yo, para mi desconsuelo, no he sabido encontrar.
Hacía tanto, por enfocar de una vez, que no me aburría tantísimo con un libro. Canciones de amor a quemarropa es una de las lecturas más cursis, blandas y soporíferas que ha caído en mis manos en los últimos tiempos, y reconozco que no puedo salvar nada de él salvo la honestidad de su título: a mí ya me olía mal, antes de leerlo, eso de las canciones de amor. En lo formal, Butler es un narrador básico, con algunos destellos de fuerza en sus (constantes, interminables, repetitivas, intrascendentes) descripciones paisajísticas, pero que para cualquiera que haya leído, qué sé yo, a Antonio Machado (por ponerme antiguo), no descubren ni sorprenden ni emocionan demasiado. Siguiendo con lo formal: la novela está estructurada en pequeños capítulos narrados en primera persona por los personajes protagonistas, y esto tiene, como es obvio, un riesgo enorme: que los personajes suenen igual. Y efectivamente, suenan igual. Aunque el autor tiene la ocurrencia de incluir más o menos tacos (no miento) si el que habla es Ronny, o algunas ideas directamente propias de un jardín de infancia («Soy mala persona, soy malo...») si el que habla es otro, al final uno sale de esta Calle de la Piruleta con la sensación de que ha estado escuchando, todo el tiempo, el mismo discurso infantil, preadolescente o ñoño, del mismo personaje.
Estoy mirando los trigales salvajes doblarse como un arco bajo la fuerza del frío viento del norte, que llega de las mismas montañas que tapan el sol del atardecer. Esto no está sacado del libro pero podría estarlo. Así, entre escena y escena, porque la estructura es ésta: escena, paisaje, reflexión sobre la escena, paisaje, escena, etc.
Hablaba de personajes. El discurso que el autor nos propone por su boca es redundante y nostálgico: el pueblo es lo que más nos gusta; las ciudades son lugares impersonales; la gente buena de verdad está en el pueblo; si me marcho del pueblo, seré infeliz; si me marcho del pueblo, querré volver al pueblo. Para envolver esta idea, Butler desarrolla unas ciertas peripecias en la trama (noviazgos, bodas, divorcios) que, confieso, me han recordado mucho a una serie que veía de niño, titulada Aquellos maravillosos años, en la que un grupito de chavales se enamoraban, se desenamoraban y vivían dramáticas tragedias adolescentes que, pasado el tiempo, recordaban con una fuerza brutal. Lo mismo les sucede a los protagonistas de esta novela hiperafectada, atrapados en círculos sentimentales de los que no saben salir porque son planos como las praderas llenas de vacas que los rodean. Butler, además, desde mi punto de vista, trata a los lectores como niños igual de simples que sus protagonistas: frente al mundo que le ofrecen al lector autores como, por ejemplo, Alice Munro o Eloy Tizón (por mencionar algo variadito: hombre y mujer, español y extranjera), que plantean textos llenos de agujeros, en los que el lector debe intervenir y rellenar y pensar, a fin de cuentas, Butler es considerado hasta la náusea, explicativo sin razón, casi escolar: cuando Kip no se porta bien, su siguiente parlamento incluye perlas como «no soy bueno, soy malo para las personas». Y sufre. Cuando Lee está triste, decide reconocer su gran drama vital: «estoy enamorado de ella. Siempre lo he estado». Y sufre. Y etcétera, todos: con la capacidad de reacción de un bovino.
En el colmo de la Golosina, por terminar, tenemos a Ronny, un tipo que sufrió un accidente y quedó intelectualmente discapacitado, que sirve en la novela, en tanto que bufón o duende o niño o conciencia (dependiendo del cuento infantil que usemos como contraparte), de embaucador recurso literario para mostrar ciertas bajezas o noblezas de quienes lo rodean: la escena de la camiseta, por ejemplificar esta idea, es directamente insoportable: pobre Ronny, qué chungo es Kip, qué leal Lee.
Como me he extendido mucho, ni voy a entrar en Lee, el músico: necesitaría otra entrada para quedarme a gusto. Diré, sí, que la palabra «tópico» se queda muy, muy corta para definirlo. Y pongo el punto final no sin antes recordar, como siempre, que no pretendo convencer a nadie, ni a los compañeros de blog, de que esta novela no es otra cosa que un enorme, blanquisimo y empalagoso pastel de nata. Por suerte, vivimos en un mundo plural.
Curiosidad: al final, Butler menciona en agradecimientos la friolera de cien nombres, entre personas, instituciones y hasta ciudades. Cien.
También de Nickolas Butler en ULAD: Canciones de amor a quemarropa (reseña), El corazón de los hombres
yo estoy más cerca de esta reseña que de la otra
ResponderEliminarPedro, no me termina de quedar claro si te gusta o no el libro...
ResponderEliminarYa en serio, a pesar de que seguro que tienes toda la razón en tus argumentos, te voy a dar tres razones por las que creo que me voy a leer el libro:
1. Me fío bastante del amigo Francesc, así, sin más.
2. Lo que cuentas me recuerda bastante a mis sensaciones con "Algún día este dolor te será útil", de Peter Cameron, no sé si porque son de la misma editorial o por la temática, no sé, el caso es que no me disgustó del todo, a pesar de su "blandez". Tengo esos momentos de vez en cuando, lo confieso.
3. Y por último, si ya me dices que esta novela no tiene la misma "profundidad" que los personajes de Eloy Tizón es más que suficiente para que esta tarde me compre el libro.
Un saludo!
Amigo Anónimo,
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario. En cuanto a tu exposición:
1. Yo suelo no coincidir con Francesc, sobre todo de un tiempo a esta parte.
2. Nada puedo discutirle a tus sensaciones.
3. Nunca he hablado de la profundidad de los personajes de Tizón (no es lugar ahora, tampoco; me temo que discreparíamos), sino del "mundo que le ofrecen al lector autores como, por ejemplo, Alice Munro o Eloy Tizón, que plantean textos llenos de agujeros, en los que el lector debe intervenir y rellenar y pensar", contrastando esto con el planteamiento "considerado hasta la náusea, explicativo sin razón, casi escolar" de Butler. Desde luego, cuestión de opiniones.
Celebro que quieras leer el libro, de cualquier modo.
Un saludo!
Pues yo también lo leeré. Suelo coincidir con Francesc.
ResponderEliminarYooooo, estoooooo... podría decir que he estado esperando consideradamente a ver hacia dónde se inclinaba la balanza. Pero no: una inoportuna avería masiva de Vodafone me ha condenado a ver los comentarios (los de aquí y los de Twitter) sin poder intervenir en ningún momento. No quiero reivindicar mi reseña ni replicar, pues algunos de los planteamientos de Pedro son coincidentes con los míos. Lo que pasa es que lo que para algunos son defectos, para otros son cualidades. A mí el recuerdo de la novela de Butler me sigue resultando cálido y reconfortante. Palabras peligrosas, pero os lo juro, ante estos ojos han desfilado muchos libros que no han dejado rastro alguno. Así que respeto, y curiosidad, ya que estamos,por ver dónde más discrepamos con Pedro. Igual es que le gusta Amélie Nothomb. O Tao Lin. Nunca se sabe. Por cierto, muy halagado por los que me han nombrado. Si tuviera vergüenza, me hubiera sonrojado. ¿Fundamos una secta?
ResponderEliminarLo de la secta deberías planteártelo, querido Francesc, habida cuenta de que usas un "os lo juro" y un "le gusta [a Pedro]", fórmulas que indican subconscientemente que te diriges en exclusiva a los comentaristas que apoyan tu tesis y no a mí. Entiendo lo mucho que acarician tu ego expresiones como "me fío de" o "suelo coincidir con", y eso me anima a plantearme una sección de contrarreñas de tus reseñas, no te voy a mentir.
ResponderEliminarY no, ni Lin ni Nothomb; más bien discrepo con muchos "imprescindibles" o "muy recomendables" que regalas imbuido no sé bien por qué acercamiento lector o crisis o cálido recuerdo (valga este libro) últimamente. Nos vamos a divertir, creo.
Un abrazo, compañero.
Pues a mi no me disgustan algunas reseñas de Francesc. Es obvio que cada cual tiene sus gustos, pero creo no ser el único que leyó Canadá por una reseña suya o que leerá a Franzen por lo pesadito q esta con el puñetero Franzen.
ResponderEliminarAnimo y cordialidad ante todo
No os cabreeis coño, que esto no es futbol, que estamos hablando de un libro del Asteroide. :-)
ResponderEliminarAnónimo 15:52
Ay Pedro, Pedro tu ego te delata. Vete a otro blog o, mejor, haz comentarios en Marca.
ResponderEliminarHombre, Anónimos del mundo, yo no atacaría a Pedro en esos términos. No nos metamos con la tierna bisoñez de la irreverencia juvenil, por favor.
ResponderEliminarCoincido con el anónimo que dice lo de Franzen y Canadá. No lo hubiera leído sin las reseñas. Además, me cuesta tanto no "obedecer" a un bolañista jijiji....
ResponderEliminarMe encanta este blog!!! Leí ambas reseñas hace un mes, y decidí comprarme el libro y sacar mis propias conclusiones, y he de decir...que estoy de acuerdo con Pedro. Creo que este libro lo único que me ha aportado es una pérdida de tiempo. Cuando empecé a leerlo, parecía que iba a dar para más...pero para mi decepción, no fue así. No lo recomiendo
ResponderEliminarAmén Pedro, coincido contigo punto por punto.
ResponderEliminarPor lo demás, ni irreverencia ni bisoñez ni rollos patateros: opiniones y razones para mantener dicha opinión. A partir de ahí, cada uno que decida lo que quiera.
¡¡Por fin!!
ResponderEliminarPor fin leo en internet a alguien que se atreve a calificar a esta novela como lo que es en realidad: un truño infumable del tamaño de la catedral de Burgos.
Coincido contigo en todo: es una novela flojísima en cuanto a estilo, y un cúmulo de topicazos en cuanto a contenido. Es más, a mí me ha parecido que el autor ha cogido la idea de la magnífica película "Beautiful Girls" y le ha quitado todas las partes originales y entrañables para convertirlo en ese relato "hipster" que, al menos a mí, no me despierta el más mínimo interés.
Personajes planos y maniqueos, trama más que previsible y un tratamiento de la discapacidad intelectual que deja mucho que desear (hasta las narices estoy de que se presente a las personas con discapacidad como "niños grandes". Esta clarísimo que este tío, por muy buena voluntad que le ponga, no ha tratado jamás con una persona con discapacidad intelectual: no tiene ni idea de cómo son, cómo piensan o cómo actúan).
Y la historia es de un cursi, ñoño y pasteloso merengón que tira de espaldas.
Vamos, me pareció un bluf como un piano, así que encantadita estoy con la reseña de Pedro.
Un saludo
Sonia
¿Qué esperábais de un libro que habla de amistades de juventud? No es ninguna historia nueva, es de lo más normal y corriente. Pero a veces lo cotidiano gusta, las historias que conocemos, sentirnos identificados porque todos hemos tenido "una pandilla", nos hemos liado con algunos, teníamos nuestros favoritos, y crecimos y nos alejamos. Y quedaron secretos que se desvelan a destiempo. No creo que sea mala por no tener giros imprevistos, ni personajes más elaborados o un paisaje más...menos...¿cómo decirlo? ¿menos "adejtivamente presente"?. Ni tampoco es buenísma por eso. Es simplemente una historia como la que puede contar cualquier grupo de amigos, donde todos podrían ser planos porque todos son parecidos, donde ninguno destaca porque ninguno somos destacables. No sé los demás, pero mi grupo de amistades era bastante corriente, igual el vuestro tenía algún lumbreras; y mis paisajes lo mismo, cotidianos para mí, nada excepcionales por tanto, aunque sorprendieran a los que llegaban nuevos.
ResponderEliminarEn fin, lo que quiero decir es que esta novela gusta por cuanto permite relajarse y disfrutar de lo que se conoce, no todo van a ser obras sesudas. Supongo que la decepción es proporcional a las espectativas. No se puede uno creer todo lo que lee reseñado.
Un saludo.
Mo.
Absolutamente de acuerdo con Pedro. Yo también accedí a esta novela por recomendación. En mi caso, de mi librera de cabecera. Me pareció una auténtica soez. Como se dice por ahí, personajes planos, simples. Una novela en la que todo es predecible, los personajes te lo dicen todo. El lector no pone nada de su parte. En fín, aburridísima. Por ello me sorprendió la reseña de Francesc y agradezco encontrar otras percepciones. De todos modos, agradezco a los dos sus reseñas.
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