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martes, 6 de mayo de 2014

Colaboración: Memorias líquidas de Enric González


Idioma original: español
Año de publicación: 2013
Valoración: Muy recomendable para cualquier lector; imprescindible para quienes se interesen por el mundo del periodismo

El papel de la prensa, no lo digo yo, lo dice el genial Enric González, «consiste en contar qué pasa y por qué pasa, nada más». En Memorias líquidas, el autor nos sirve mucho más que su habitual trago de magníficos recuerdos y divertidas anécdotas, como viene siendo la costumbre en sus Historias de Londres/Nueva York/Roma. Aquí, delante de Ustedes, gracias a este amenísimo librito que se lee de una sola sentada, González nos deleita con un cóctel de puro periodismo, mezclando un articulista con dos dedos de reportero de guerra, un buen chorreón de corresponsalías y unas gotitas de tejemanejes comunicativos, entre otros enigmáticos ingredientes, para presentarnos un fresco, qué digo, una botella, con lo más selecto de sus últimas (casi, casi) cuatro décadas. Se dice pronto.

Memorias líquidas es la autobiografía de uno de los mejores periodistas españoles de la democracia —quién sabe si me quedo corto afirmándolo— y una magnífica crónica de la fundación, el auge y la (relativa, cuestionable, pero en ciertos ámbitos palmaria) decadencia del diario El País. Enric, que el autor me perdone por referirme a él de repente por su nombre de pila, al fin y al cabo estamos bebiendo juntos, se erige en defensor, a los inicios de su carrera, desde siempre, pero más que nunca en estas páginas, de la doctrina según la cual «cada mesa de la redacción [debe] ser una trinchera de resistencia frente a la empresa y los demás poderes». Enric resiste. Lleva haciéndolo toda la vida. Empezó a hacerlo en El Correo Catalán, cuando no era más que un muchachito sin estudios universitarios. Entre otras cosas, se resistió a tragarse los bulos de la panda de policías que, según la «versión oficial», se vieron forzados a acribillar a balazos a un chico armado en la Barcelona de finales de los 1970. Siguió resistiendo como reportero de guerra durante la invasión de Kuwait, donde la prohibición de consumir bebidas alcohólicas le llevó a montar su propia destiladora casera de sadiki. E hizo lo propio cuando, en una época mucho más reciente, decidió criticar públicamente algunas de las tristísimas políticas del Grupo Prisa, empezando por los desmesurados sueldos de su presidente y las falsas promesas en relación a una ya más que consumada política de despedidos. «El poder miente», y Enric se resiste a acatar las mentiras.

El poder miente. Y los jefes, sobre todo los de los medios de comunicación, son por definición poderosos. Por eso, «el mejor lugar del mundo es el que está más lejos de [ellos]» y, por la misma razón, «un periodista debe desconfiar siempre, siempre, siempre de los que mandan, porque nunca, nunca, nunca dicen la verdad». Enric desconfía. Y, de paso, reparte entre sus lectores, o sus compañeros de barra, una buena jarra de verdad. La verdad sobre El País y el pais﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽, comparte con nosotros la verdad. La verdad sobre El Pagnado. partido con nosotros.  nunca dicen la verdadís, sobre Prisa, sobre el auténtico significado del oficio periodístico, sobre cómo éste se lleva a cabo —les advierto que hay quien escribe exaltadas crónicas de guerra al borde de una piscina— e incluso sobre aquello que un alcohólico empedernido, éste o el de más allá, aquel también, miren cómo se tambalea, puede llegar a contarnos. Memorias líquidas revela una verdad incómoda, sin duda, pero uno no puede sino alegrarse de que Enric se haya tomado la molestia de compartirla con nosotros. Lejos de un chivato resentido, lo suyo es hablar como testigo resignado —y único—, apenado —y mordaz—, compungido. Lo suyo es contar qué pasa, y por qué pasa. Lo suyo es, ya lo insinué al principio, sí, seguir siendo periodista con cada línea que escribe. (No piensen ni por un instante que Enric dejó de hacerlo al dimitir de El País). Nada más.

Firmado: José Serralvo

2 comentarios:

  1. Genera ambivalencia. Como si desde que cambió de diario sus textos fueran más laxos, menos atados.

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  2. Es de esos pequeños grandes libros que no deberían de faltar. Enric González escribe muy bien y nos cuenta su visión de la prensa basada en su experiencia en diversos periódicos y realmente no deja títere con cabeza, especialmente cuando habla de los cambios producidos en El País.

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