Título original: World Gone By
Año de publicación: 2016
Traducción: Enrique de Hériz
Valoración: recomendable
No descarto que sea yo quien tenga un problema cuando una novela es tan decididamente ajustada a los parámetros de género. Y esta lo es. Ese mundo desaparecido es una novela de gángsters o de mafiosos, con todas y cada una de las piezas que son imprescindibles en su construcción, y espero no dejarme demasiadas pues seguro que los voraces degustadores del género las disfrutarán y puede ser que hasta vociferen enfadados tildando mi valoración de fría o escasa o incluso de injusta.
Esto es lo encontraréis en Ese mundo desaparecido. Políticos corruptos, mujeres ricas pero fatales, mujeres pobres y desgraciadas, chivatazos, emboscadas, asesinos implacables, traiciones, asesinos crueles y refinados, reuniones de capos donde se toman decisiones, mares con tiburones, tipos que tienen armas escondidas en todas las estancias de su casa, mafiosos con lado humano, mafiosos que creen que no hay nada más humano que el crimen, arrepentidos, infiltrados, niños que desconocen a qué se dedican sus padres.
Y el cóctel es perfecto. El libro se lee volando y cada escena aporta y nos vemos trasladados a ese estado de Florida en los años 40, cuando las autoridades estadounidenses no están tan pendientes de cuatro pendencieros matándose entre ellos como de la eventual presencia de espías de los alemanes y de los japoneses, habida cuenta de la que está liada a muchos kilómetros de esas playas. Y la historia se degusta, claro, esa confesión desesperada de Theresa Del Fresco, asesina profesional que cumple prisión por un asesinato amateur. Ha destrozado a golpes de mazo la cabeza de su marido, un maltratador. Desde la cárcel, apremiada por dos intentos de acabar con ella, intenta contactar con Joe Coughlin, un mafioso en excedencia que está en el punto de mira, y Theresa lo sabe: planean asesinarlo el Miércoles de Ceniza. A cambio de esta confesión, Theresa quiere ser protegida a lo largo de los cinco años en que va estar encerrada, saliendo a tiempo de cuidar a su hijo, que entonces tendrá 8 años, y disfrutando de los pingües beneficios de su último golpe. Joe Coughlin tardará en dar crédito a ese soplo pero empezará a desconfiar de su entorno y a pensar que puede que sea así. Contactará con Lucius, personaje tópico donde los haya (la encarnación del Mal más errático y caprichoso) en la mejor escena del libro.
Anda: si he dicho escena.
Quería decir capítulo.
Y ese es el hándicap, pero muchos le llamarán virtud. Lehane (bregado, como la contratapa nos recuerda, en relaciones con el mundo visual - Mystic River, The Wire, Boardwalk Empire) parece escribir con esa condición en primer plano. Ese mundo desaparecido es un estupendo libro de género, pero todo el texto queda lastrado por una condición de guionizable que lo deja, como novela, en una condición incompleta que resulta difícil de describir. Como si no fuera capaz de proyectarse por sí mismo y necesitara de imágenes y de caras favoritas (algún actor conocido en horas bajas, algún secundario de una serie célebre) para transmitir su mensaje, como si fuera un borrador de algo que alcanzará su plenitud desarrollado por temporadas y con una caracterización de época que explique algunos de sus detalles extemporáneos (los encuentros furtivos de Coughlin con la altiva mujer del alcalde, por ejemplo) y los sitúe en un contexto con todas las de la ley.
Esto es lo encontraréis en Ese mundo desaparecido. Políticos corruptos, mujeres ricas pero fatales, mujeres pobres y desgraciadas, chivatazos, emboscadas, asesinos implacables, traiciones, asesinos crueles y refinados, reuniones de capos donde se toman decisiones, mares con tiburones, tipos que tienen armas escondidas en todas las estancias de su casa, mafiosos con lado humano, mafiosos que creen que no hay nada más humano que el crimen, arrepentidos, infiltrados, niños que desconocen a qué se dedican sus padres.
Y el cóctel es perfecto. El libro se lee volando y cada escena aporta y nos vemos trasladados a ese estado de Florida en los años 40, cuando las autoridades estadounidenses no están tan pendientes de cuatro pendencieros matándose entre ellos como de la eventual presencia de espías de los alemanes y de los japoneses, habida cuenta de la que está liada a muchos kilómetros de esas playas. Y la historia se degusta, claro, esa confesión desesperada de Theresa Del Fresco, asesina profesional que cumple prisión por un asesinato amateur. Ha destrozado a golpes de mazo la cabeza de su marido, un maltratador. Desde la cárcel, apremiada por dos intentos de acabar con ella, intenta contactar con Joe Coughlin, un mafioso en excedencia que está en el punto de mira, y Theresa lo sabe: planean asesinarlo el Miércoles de Ceniza. A cambio de esta confesión, Theresa quiere ser protegida a lo largo de los cinco años en que va estar encerrada, saliendo a tiempo de cuidar a su hijo, que entonces tendrá 8 años, y disfrutando de los pingües beneficios de su último golpe. Joe Coughlin tardará en dar crédito a ese soplo pero empezará a desconfiar de su entorno y a pensar que puede que sea así. Contactará con Lucius, personaje tópico donde los haya (la encarnación del Mal más errático y caprichoso) en la mejor escena del libro.
Anda: si he dicho escena.
Quería decir capítulo.
Y ese es el hándicap, pero muchos le llamarán virtud. Lehane (bregado, como la contratapa nos recuerda, en relaciones con el mundo visual - Mystic River, The Wire, Boardwalk Empire) parece escribir con esa condición en primer plano. Ese mundo desaparecido es un estupendo libro de género, pero todo el texto queda lastrado por una condición de guionizable que lo deja, como novela, en una condición incompleta que resulta difícil de describir. Como si no fuera capaz de proyectarse por sí mismo y necesitara de imágenes y de caras favoritas (algún actor conocido en horas bajas, algún secundario de una serie célebre) para transmitir su mensaje, como si fuera un borrador de algo que alcanzará su plenitud desarrollado por temporadas y con una caracterización de época que explique algunos de sus detalles extemporáneos (los encuentros furtivos de Coughlin con la altiva mujer del alcalde, por ejemplo) y los sitúe en un contexto con todas las de la ley.
Yo también he notado en algunos libros esta tendencia "guionizante" a la hora de escribir... Y bien pocos son los que me dejan con la impresión de que esa decisión (o vicio, a veces) del autor ha beneficiado a la obra.
ResponderEliminarLa mayoría de libros que hacen esto caen en la renuncia involuntaria de las capacidades expresivas de su medio... Me recuerda a esos videojuegos que pretenden emular al cine y son incapaces de brillar fuera de los méritos ajenos.
En fin, estupenda reseña. Este Lehane es ameno y no son pocas las veces que supera esa virtud.
Oriol.
Pues gracias, Oriol, por compartir esa percepción y comentarlo aquí. A lo mejor en este nuevo mundo hiperinformado e hipervisual es algo a lo que debamos acostumbrarnos, pero me gustaría tener una sensación de obra completa que esta novela no acaba de aportarme.
EliminarHola Francesc. Esto daría lugar para un debate más largo, pero ese pedirle mas a una obra también procede de un bagaje lector amplio, de una persona leída. A un lector ocasional o de lecturas fáciles o puramente evasivas, no creo que ese aspecto "guionizable" le chirríe tanto. Ah, y enhorabuena por la reseña. Saludos
ResponderEliminarHola Lupita, gracias por leernos y comentar.
ResponderEliminarCon un pequeño matiz. Creo que hasta el lector ocasional puede detectar que la historia incide mucho en aspectos visuales y en puestas en escena donde el personaje queda relegado a favor de la escenografía. Es una sensación muy particular, pues da la casualidad que de Lehane (a parte de las dos series donde supongo que su aportación queda algo diluida entre las de otros) he visto más películas (Mystic River, notable, Shutter Island, muy mala) que leído libros.
Hola. La puedo leer sin haber leido las anteriores de la saga? Saludos.
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