jueves, 30 de junio de 2016

Antonio Tabucchi: El ángel negro

Idioma original: italiano
Título original: L’àngelo nero
Año de publicación: 1991
Valoración: Recomendable


Aunque en España casi nunca se ha valorado lo suficiente el género relato, me parece que eso empieza a cambiar. Por fin encontramos el mérito de condensar una buena historia en un espacio limitado, de calibrar la longitud exacta que conviene a cada argumento, ejercitarse en la concisión –algo menos sencillo de lo que parece pues la verborrea es connatural al ser humano y una tentación para todo el que tiene un espacio en blanco delante–, de perfilar un argumento interesante y unos personajes convincentes con solo unos pocos rasgos y, a diferencia de lo que exige la novela, encontrar una conclusión lo más sorprendente posible.
La opinión de Tabucchi al respecto fue recogida por La Vanguardia en su reportaje de 15 de marzo de 2010 con motivo de la publicación de El tiempo envejece deprisa, un confeso homenaje a su admirado Salinger y, en concreto, a sus Nine Stories.
“Aunque he escrito muchas novelas, el cuento es un desafío, la novela es muy paciente, te espera, la puedes interrumpir, hacer un largo viaje, retomarla cuando vuelves después de unos meses, de un año, pero el cuento no, es como el soneto en poesía, es una forma cerrada”. “El cuento tiene mucho que ver con la atmósfera, que pierdes si te vas, y por eso, dejar un cuento a la mitad significa perderlo definitivamente.”
No hace falta recordar las virtudes literarias del autor, sí subrayar que este volumen tiene poco que envidiar a sus novelas. Ya desde el título, encierra una paradoja: si un ángel blanco y luminoso simboliza la bondad, ¿qué significado tiene un ángel negro?
Podría compararse a un caleidoscopio, no solo por la multitud de facetas que encierra, también por esa belleza poética inasible y ese toque de irrealidad cercano al surrealismo que el autor imprime a la mayor parte de las seis piezas que contiene. Lo metaliterario está también muy presente, en particular en esa mezcolanza de realidad y fantasía que es Voces traídas por algo, imposible decir qué, donde el protagonista –como si del propio Tabucchi se tratase– recoge al vuelo un conjunto de frases recogidas por la calle al azar y las selecciona intentando darle un sentido, una coherencia narrativa que, suponemos, piensa utilizar más tarde. Pero en un momento dado entra en acción un personaje de ultratumba, la historia da un vuelco radical y se convierte en otra cosa, mucho menos cotidiana y verdaderamente inquietante. Ese mismo personaje, Tadeus, ahora vivo aún, vuelve a aparecer en el relato siguiente, más bien de corte político, en el que se critica a las dictaduras y sus expeditivos procedimientos para callar las bocas que incomodan al poder.
Más psicológico resulta el diálogo contenido en ¿El aleteo de una mariposa en Nueva York puede provocar un tifón en Pekín? En él se muestra el gran desequilibrio entre dos fuerzas, la del mafioso que interroga y la del pobre diablo que responde, siendo obligado hábilmente a confirmar la versión que conviene al primero.
Y de vez en cuando, sin que haya podido averiguar lo que simboliza en concreto (aunque está claro que se encuentra entre lo inesperado e irreal, lo absurdo y lo claramente amenazador) aparece, sin venir a cuento, una trucha.
Nochevieja podría considerarse el más entrañable de todos; también el más incómodo desde un punto de vista ético. Los límites no se avienen a lo políticamente correcto y, por tanto, nada es lo que parece en un principio. En veintitrés episodios, refleja el mundo interior –tan realista como imaginativo, complejo y lleno de encanto–de un niño solitario e inteligente, cuya desesperación y afán por descubrir el mundo conlleva una crueldad que, puede comprenderse en cierto modo y, a pesar de ello, o por ello precisamente, resulta escalofriante.
No hablaré del esmero con que Tabucchi ha elaborado su prosa porque esto es una constante en su obra y no añadiría nada nuevo a lo dicho.


También de Antonio Tabucchi en ULAD: El tiempo envejece deprisa, Sostiene Pereira

miércoles, 29 de junio de 2016

Patrick Modiano: Tres desconocidas

Título original: Des inconnues
Año de publicación: 1999
Idioma original: Francés
Traducción: Mª Teresa Gallego Urrutia
Valoración: Se deja leer

Dijo la "academia sueca" cuando otorgó el Nobel a Patrick Modiano que era el "Marcel Proust de nuestro tiempo", lo cual no deja de sorprenderme. Me lleva a plantearme una de las siguientes opciones de cara a justificar esa afirmación:

a) Que no hayan leído a Proust (lo dudo)
b) Que no hayan leído a Modiano (lo dudo)
c) Que yo haya leído a los dos y no tenga ni puñetera idea de literatura (lo más probable)
d) Todas las anteriores

Sinceramente, el único nexo que veo entre Proust y Modiano (además de ser franceses) es la importancia de la memoria en sus obras. Y punto. Y escritores contemporáneos con continuas referencias al recuerdo, a la memoria, al pasado, los hay a millones. Pero doctores tiene la iglesia y académicos la academia sueca.

¡Ya sabéis que es comparar a alguien con Proust y me llevan los demonios!

Pero vayamos al grano con estas "Tres desconocidas", obra que se compone de tres relatos de cierta extensión (unas 40 páginas cada una) protagonizados, cada uno de ellos, por tres chicas que, ya en su madurez, recuerdan episodios que tuvieron lugar al final de su adolescencia. 

Nos encontramos, nuevamente, con lugares y tipos comunes a toda la obra de Modiano. Lugares como París, sus calles y cafés, los internados. Y personajes como esos jóvenes marcados por la ausencia de figuras familiares, solitarios, desorientados, que buscan su lugar en el mundo, que buscan puntos de referencia (da igual que sea una habitación de hotel, una plaza, un café o una secta religioso-filosófica), personajes que se mueven en una perpetua bruma, que parece una mezcla de sueño y realidad.

También el estilo de la obra es el mismo al que Modiano nos tiene acostumbrados: frases cortas, personajes dibujados con apenas unas pinceladas (vamos, igual que Proust) y un cierto toque nostálgico que envuelve todo el relato.

Pero el libro no termina de engancharme. Esos episodios que se evocan deberían tener un carácter iniciático o de epifanía y no dejan de ser casi anécdotas, vagabundeos que dan la impresión de no conducir a nada. Y sí, la vida es así, pero uno espera algo más.

En cualquier caso, hay que admitir que Modiano escribe bien. O muy bien, incluso. De hecho, el libro tiene algunos momentos muy interesantes, como la imagen de los caballos atravesando París de madrugada camino al matadero, a la muerte (imagen poderosísima, para mí).

Pero este "Tres desconocidas" es, en mi modesta opinión, una obra muy menor dentro se su extensa trayectoria, en la que me atrevería a recomendaros "La trilogía de la Ocupación", su obra para mí, más recomendable. Pero eso será ya en otra reseña, si la hay. 

martes, 28 de junio de 2016

Ryszard Kapuscinski: Estrellas negras


Idioma original: polaco
Título original: Czarne gwiazdy
Año de publicación: 2016
Traducción: Agata Orzeszek
Valoración: muy recomendable

Cualquier día me entrego a formular una hipótesis sobre las carreras literarias y el completismo, a su evolución, a los cambios dentro de las trayectorias y a las cumbres y valles. Y ese día quizás le toque hablar un rato de Kapuscinski. Porque me aventuré en la lectura de este Estrellas negras con ciertas reticencias, sobre todo por la lectura de alguna reseña algo escéptica, y acabo convencido de que este libro guarda absoluta coherencia con el total de la mayúscula obra del periodista/cronista/escritor polaco. 
Aunque pueda notarse, por referencias temporales, que la prosa es más fresca o ingenua, menos asertiva, como si ése Kapuscinski antes de la treintena estuviera solamente intuyendo lo que sus grandes obras posteriores acabaron por afirmar con rotundidad. Estrellas negras habla de dos hombres, Kwame Nkrumah y Patrice Lumumba; dos líderes africanos que se pusieron al frente de sendos países, Ghana y Congo, para conducirlos a su independencia, líderes populistas, adjetivo vilipendiado hoy, pero toda una luz al final del túnel para esas multitudes azotadas por la miseria, el analfabetismo, la absoluta falta de oportunidades que les dejaban tras de sí los colonos, ya satisfechos de expoliación y abuso. Países que anunciaban falsas retiradas cuando lo que hacían era dejarlo todo, sobre todo en lo económico, atado y bien atado de manera que todos los recursos pudieran seguir siendo expoliados. Dos líderes que tardaron poco en ser, el uno depuesto y el otro asesinado, descabalgados del poder por los turbios intereses que uno puede suponer y con la connivencia de quien uno puede intuír.
¿Y qué hacía Kapuscinski? Ya antes de la treintena. Pues explicarlo, con detalles, con situaciones que afrontaba en el ejercicio de su amada profesión. Si explicaba todo absolutamente, imposible saberlo, pero si explicaba lo suficiente para tomar uno consciencia de la situación, no le quede duda alguna a a nadie. Las intrigas, los cambios de bando, el día a día, la confluencia de intereses, la vertiente humana. En dos partes dedicadas a cada uno de ellos, separadas por un montón de imágenes que certifican que de quién se ha leído no es de un personaje, sino de una persona de carne y hueso, en esa escenificación tan africana mostrando a un líder en medio, o frente a una multitud. 
Decidme de cuántos escritores, de ficción o no, los que sean, permiten que uno sienta que la lectura de un libro le ha servido de algo, aprendiendo, conociendo situaciones y reflexionando sobre ellas, hasta el punto de sentirse, perdonen la ñoñez, mejorado como persona. Lección de literatura, pero también de historia, de sociología, de geopolítica ¿Se puede pedir más?
Quizás, un libro donde no está todo el potencial estratosférico que Kapuscinski desarrollaría en El emperador o Ébano o El Sha. Seguro, una cota que a muchos les es imposible alcanzar, en décadas de trayectoria. Que aprendan.

También del mismo autor en ULAD: Aquí

lunes, 27 de junio de 2016

Bruce Chatwin: Colina Negra

Idioma original: inglés
Título original: On the Black Hill
Año de publicación: 1982
Traducción: Eduardo Goligorsky
Valoración: Imprescindible


Creo que está claro que Bruce Chatwin fue uno de los mejores escritores británicos de su generación. Y no hablamos de una cualquiera, sino de la llamada "generación Granta", nacidos en la posguerra de la II G. M., que eclosionó en los años 80: los Martin Amis, Salman Rushdie, Julian BarnesGraham SwiftHanif Kureishi y demás luminarias de las letras contemporáneas. Cierto que a Chatwin no se le encuadra, a veces, junto con esta generación de escritores, quizás porque era algo mayor, nacido durante la guerra, y además empezó a publicar en los 70 (aunque también Amis o Rushdie). Pero sospecho que la razón principal es que a Chatwin se le suele considerar como un "escritor de viajes"... incluso como EL escritor de viajes, o al menos, quien revitalizó el género en su época. Lo que no deja de ser curioso, ya que en su no demasiado larga producción literaria tan sólo hay dos libros de ese género -que, de hecho, el consideraba como "novelas de viajes", amén, eso sí, de los muchos que aparecen en sus recopilaciones de artículos. Sin embargo, escribió tres novelas, e incluso dos de ellas, bastante "estáticas", por decirlo así: los protagonistas apenas se mueven de los lugares en donde han nacido (también es verdad que la primera que escribió, la tensa y ambiciosa El virrey de Ouidah es todo lo contrario: narra la vida y andanzas de un inquieto traficante de esclavos brasileño, en dos continentes diferentes).

La acción de Colina Negra, en cambio, apenas se mueve de una granja y sus alrededores en las Blacks Hills, las montañas que trazan la frontera entre Inglaterra y Gales. En  realidad, no es una granja, sino dos -La Visión y La Roca-, puesto que, como señala la que fuera editora de Chatwin, Susannah Clapp todo en esta novela es dual: hay dos granjas, dos países -Inglaterra y Gales-, dos sendas, dos religiones, el trasfondo de dos guerras... y, sobre todo, lo que cuenta es la vida de dos hermanos, mellizos además: Lewis y Benjamin Jones, que viven juntos casi toda su vida, casi pegados como siameses o como un matrimonio indisoluble e incestuoso. Chatwin les acompaña en toda su andadura, desde antes incluso de su gestación por parte de la sensible aunque tenaz- huérfana de un reverendo y un colérico campesino galés, hasta sus últimos días, muchos, muchísimos años después. Entre medias, el devenir  de unas vidas en las que no sucede -casi- nada extraordinario... o quizás lo que ocurre es que -casi- todo lo es. Unas vidas que transcurren en un ambiente y entre unos personajes que nos resultan eviternos, alrededor de los cuales, fuera de la Colina Negra, va sucediendo eso que llamamos Historia, algo que parece no filtrarse a la granja de los hermanos Jones o a su vecina La Roca. pero cuando lo hace, es de una forma abrupta y turbadora.

Dependencia, sexualidad, aislamiento, soledad, descubrimiento, maravilla, rivalidad, serenidad... todo las experiencias que viven los gemelos las narra Chatwin con su asombrosa prosa cincelada en frío, precisa pero elusiva, capaz de evocar un recuerdo, descubrir un ambiente o relatar una existencia entera en un corto párrafo. No puedo dejar de señalar, además, que este escritor se inscribe plenamente en la "tradición" de las letras británicas de hacer un uso exhaustivo y deslumbrante de los elementos botánicos y climatológicos; una tradición observable tanto en, por supuesto, Thomas Hardy como en David Nobbs, sin ir más lejos... tradición gloriosa, en su aparente modestia, añado.

Sin duda, una novela excepcional y, me atrevo a decir, ya todo un clásico de la literatura inglesa. No esperan más para leerla, se lo aconsejo (eso sí, la portada es horrenda, lo sé; mucho más adecuada es la de la edición que yo tengo, con una hermosa foto campestre de Henri Cartier-Bresson, pero no he podido encontrarla con cierta calidad en la Red ... Sorry!)

Otros libros de Bruce Chatwin reseñados en Un Libro Al Día: UtzLos trazos de la canción

domingo, 26 de junio de 2016

Deborah Curtis: Touching from a distance

Idioma original: inglés
Título original: Touching from a distance
Traducción: Marcos Sánchez Armesto
Año de publicación: 1.995
Valoración: Está bien (Recomendable para interesados)

Subtítulo: ‘La vida de Ian Curtis y Joy Division’. Es decir, estamos ante una biografía de cantante de grupo más o menos famoso, escrita por su viuda. O sea ¿panegírico del difunto? ¿pataleta post-mortem para ponerle a caldo? ¿o simplemente un batiburrillo de chismes para sacar los últimos rendimientos al finado? Bueno, no nos pongamos tan cáusticos, que creo que no va por ahí la cosa.
 
Para ponernos en situación, Joy Division fue una banda de muy corto recorrido –apenas un par de años-, durante el cual se ganó un bien merecido prestigio, con sus atmósferas oscuras y sus ritmos obsesivos. Y, por supuesto, con la voz grave y turbadora de Ian Curtis, una voz tan singular como quizá no conoceríamos otra hasta Nick Cave. Vamos, tampoco ocultaré que es uno de mis grupos favoritos, porque si no tampoco me hubiera leído el libro. En cualquier caso, su música no era fácil, y su público se reducía a un no muy extenso círculo próximo al after-punk, aunque con el tiempo se ha convertido en eso que se llama ‘grupo de culto’. Es decir, algo parecido a lo que ocurre con Joyce: todo el mundo habla de lo bueno que es, pero no son tantos los que de verdad lo conocen.

Al grano. Una primera línea de lectura nos sitúa en lo que es propiamente la biografía del frontman del grupo. Ian Curtis era un poco arquetipo del ambiente y la época: criado en los alrededores de Manchester, pronto empezó a meterse de todo, la música era su religión, y Bowie su santo de cabecera. Pero, entre curdas y porros, empezaba a asomar la peculiar personalidad de un tipo algo siniestro, depresivo y con algunos síntomas de bipolaridad, cosillas que uno ya intuye sólo con ver algún video de sus actuaciones con Joy Division.

Desde este punto de vista, no puede decirse que el libro aporte mucho. Vemos a Ian en la formación de su primera banda, Warsaw, en las actuaciones en pubs y locales, pero no sabemos casi nada del proceso creativo o del funcionamiento interno del grupo. Lo que sí descubrimos es su obsesión por morir joven –una idea fija desde su adolescencia-, y los primeros atisbos de su epilepsia, junto a algún dato llamativo, como la convicción (no sé si también ambición) de Ian de terminar alcanzando el éxito en el mundo de la música. Pero todo se nos cuenta desde una cierta distancia, como cosas que su esposa Deborah no conoce de primera mano, sino a través de deducciones o conjeturas.

Y aquí pasamos a un segundo nivel. Aunque no creo que ningún lector tenga la intención de poner el foco en la autora, es algo que resulta inevitable: ya desde las primeras líneas, Deborah parece una chica ingenua que ha ido a parar a ese ambiente un poco por casualidad (de hecho era la ex de un amigo de Ian); se apunta a las juergas, acude a los conciertos, pero siempre y cada vez más en un segundo plano. La verdad es que al lector termina por dolerle ese proceso de marginación porque, siendo tan evidente, parece que a la autora le costase un montón ser consciente de él, incluso cuando escribe el libro, tiempo después de la desaparición de Ian.

Tampoco está nada clara la naturaleza de ese matrimonio: Deborah no parece muy enamorada de Ian, ni tampoco demasiado fascinada con su faceta artística, como podría pensarse. Es una especie de mezcla entre cierta admiración y un cariño difuso. Y el músico, que se muestra voluble y un poco manipulador, aunque a veces parece corresponderle, le va arrinconando hasta dejar a su chica casi por completo fuera de su vida.En este sentido, la historia es bastante triste. La vida de Deborah, un matrimonio feliz junto a un tipo desconcertante pero atractivo, se va al traste sin que ella parezca enterarse de lo que ocurre a su alrededor, mientras Ian (con su enfermedad, sus adicciones y su extraña personalidad), se va alejando hacia un lugar que sólo él conocía: dice Deborah que él ‘había diseñado su propio infierno y planeaba su propia caída’. Es curioso cómo empieza uno la lectura con el único interés de conocer algo más sobre el peculiar Curtis, y termina sumergido en la historia un poco deprimente de una jovenzuela ante su gran fracaso.

También hay que decir que el libro parece haber sido editado a toda prisa y de forma algo chapucera –incluso en la tipografía y la maquetación- lo que, sumado a la limitada capacidad de la autora para la narración, transmite una sensación un poco pobre. Por el contrario, tiene el valor añadido de una transcripción de las letras de todas las canciones de Joy Division, y unas cuantas más inacabadas, que ayudan a entender mejor a personaje tan especial, junto con un listado (entendemos que completo) de los conciertos del grupo y su discografía –esto último, obviamente, hasta la fecha de edición del libro.

P.D.: Aunque, como digo, la información que recibimos acerca de Joy Division no es muy amplia, sería interesante cotejarla con el libro que escribió Bernard Sumner, otro miembro de la banda y tal vez el mejor amigo de Ian, y quedó reseñado en ULAD.

sábado, 25 de junio de 2016

Marcel Proust: La prisionera (En busca del tiempo perdido V)

Título original: La prisonnière
Traducción: Consuelo Berges
Idioma original: Francés
Año de publicación: 1925
Valoración: Imprescindible

Hay un proverbio español que dice que “No hay quinto malo”. Su origen se sitúa en el mundo de los toros, más concretamente en la época en la que en las corridas de toros no existía el sorteo de los toros, sino que era el ganadero quien, teórico conocedor del previsible juego de los animales, reservaba el de mejor nota y presumible mejor comportamiento para ser lidiado en quinto lugar. (¡Gracias, Wikipedia!)

Pues bien, cualquiera diría que Proust se basó en el conocido proverbio y dejó para este quinto tomo de “En busca del tiempo perdido” su mejor toro porque lo cierto es que “La Prisionera” es una auténtica barbaridad de libro.

Esta quinta parte de “En busca del tiempo perdido” podría ser un ensayo novelado, si se me permite este "engendro", sobre los celos y el amor. 500 páginas dedicadas, prácticamente en su totalidad, a estos dos sentimientos que el propio Proust define así:
“Muchas veces los celos no son más que una inquieta necesidad de tiranía aplicada a las cosas del amor”, en la página 109.
“Sólo amamos aquello en que buscamos algo inasequible, sólo amamos lo que no poseemos”, en la página 474.

Proust disecciona, con su habitual precisión, las causas y efectos de los celos, que pueden ser pasados, presentes o futuros, en las relaciones amorosas, tanto para el que los padece (el propio narrador) como para el que es objeto de los mismos (Albertina).

Pero no se limita a analizar los celos en las relaciones amorosas y/o sexuales (Proust y Albertina, Charlus y Morel), sino también en las relaciones sociales (Verdurin y Charlus), en la amistad o incluso en la relación de sus sirvientes o criados hacia sus amos (Francisca y Proust).

La acción, esta vez, se sitúa íntegramente en París, donde nuestro “héroe” y Albertina comparten apartamento, aunque no habitación (pero sí cama), no vaya a ser que cualquiera sepa que está allí la vea y se enamore de ella, y donde los enfermizos celos del protagonista harán que éste mantenga a Albertina semiencerrada. Ya comentábamos en una reseña anterior que Albertina era el personaje más maltratado del libro, y aquí se lleva la palma.

Estos celos provocarán diferentes situaciones, reflexiones y reacciones de cada uno de los personajes del libro. Centrándonos en sus principales protagonistas, llevarán a nuestro querido narrador a un permanente estado de indecisión (la dejo – no la dejo, la quiero – no la quiero…) y a vivir en un tiovivo de sensaciones, que finalmente provocarán que sea la propia Albertina la que opte por largarse y dejar al “pobre” Proust compuesto y sin novia (por cierto, no será la única ruptura a la que asistamos en "La prisionera").

En resumen, más de 500 páginas dando vueltas y más vueltas alrededor de los celos. Esto podría ser tedioso en manos de cualquier otro autor, pero Proust lo convierte en una obra maestra.

Y, oigan, no sé si será que ya me he acostumbrado a su estilo y a su ritmo o, simplemente, que, a diferencia de los tomos anteriores, no asistimos a la interminables reuniones sociales que se hacían un tanto cuesta arriba, pero me da la impresión de que su lectura ha sido más accesible que la de tomos anteriores.

Ya solo quedan dos tomos. El fin se acerca. Y aún quedan muchas preguntas sin respuesta. La fundamental: ¿Encontraremos el tiempo perdido?

------------------------CONTINUARÁ (después de la canícula estival)---------------

El resto de "En busca del tiempo perdido" en ULAD:
El tiempo recobrado (En busca del tiempo perdido VII)
La fugitiva (En busca del tiempo perdido VI)
Sodoma y Gomorra (En busca del tiempo perdido IV)
El mundo de Guermantes (En busca del tiempo perdido III)
A la sombra de las muchachas en flor (En busca del tiempo perdido II)
Por el camino de Swann (En busca del tiempo perdido I)

viernes, 24 de junio de 2016

Simon Critchley: Bowie



Idioma original: inglés
Título original: Bowie
Año de publicación: 2016
Traducción: Inga Pellisa
Valoración: muy recomendable para fans

Critchley no se presenta como escritor: es filósofo y escribe, está claro que escribe y muy bien por cierto, pero la solapa no menciona más obras que ésta. Supongo que no quiere ser tenido por un oportunista y lo primero que hay que advertir al lector es que este libro no es una biografía de David Bowie. Aquí no hay fechas ni cifras de ventas de discos ni de asistentes a conciertos. No hay descripciones de hechos vitales ni comadreos en forma de especulación sobre tendencias sexuales o la diferencia entre el color de sus ojos. 
Bowie es la rendida descripción de un oyente que asimila en primera persona el mensaje contenido en las letras de la carrera de un músico y lo traduce en los términos íntimos y personales que solamente cada uno puede percibir. Porque esa es la experiencia de la música, o una de las posibles experiencias de la música, que en un principio deberían ser todas respetables: hay quien baila sin más y hay quien la convierte en el centro de una noche de diversión, un ingrediente más. Pero hay quien se sume en ella dentro de la habitación propia e intenta interpretar el mensaje del músico y adaptarlo a su imaginario personal. 
Critchley habla de su vida a través de la experiencia de la audición de la música y letras de David Bowie. Escucha al Bowie ácido e imprecador, al rebelde y al que parece mostrar debilidad tras esa rebeldía. Al entregado a las adicciones y al despojado de ellas. Frases clave en su repertorio son analizadas, así como pequeñas joyas escondidas en canciones más célebres. No todo es el tono entre la angustia y la euforia de Heroes. Y Critchley habla desde su persona también, pues sus diversas escuchas de la obra del músico abarcan del Critchley estudiante al Critchley padre y hombre de familia. Y a Critchley le importa un bledo si los discos eran éxitos globales o si vendían apenas unas decenas de miles. Critchley analiza su existencia a través del tamiz de la obra de un músico al que venera, y esa es una razón válida como cualquier otra. Analiza también ese final programado, esa publicación de su último disco un par de días antes de que su muerte sorprendiera (y bloqueara a esa profunda pero pequeña escala) el Universo. Como despedida, un evento a la altura del personaje. Impactante, excesiva, dramática y, por supuesto, memorable.

jueves, 23 de junio de 2016

Thomas Bernhard: El origen. Una indicación

Idioma original: alemán
Resultado de imagen de el origen bernhardTítulo original: Die Ursache. Eine Andeutung
Año de publicación: 1975
Valoración: Muy recomendable

Con cierta frecuencia, a la hora de opinar de un libro concreto o de la calidad literaria en general, sobre todo entre personas que empiezan a escribir ficción, se da por hecho que esta ha de estar marcada por un conjunto de recetas que han demostrado su validez en algún momento. Creen que de esta forma es imposible equivocarse y lo que resulta de ello son textos clónicos, y por tanto previsibles, tan alejados de lo artístico como puede estarlo un consumado bailarín del niño que empieza a andar. Bernhard se caracteriza por apartarse de lo consabido y sin embargo –o precisamente por ello–construye un amplio conjunto de obras magníficas, algunas como El origen, de género indeterminado, a caballo entre la novela autobiográfica y una confesión casi compulsiva de sensaciones y experiencias vividas en una edad y unas circunstancias históricas que –aliadas con su indiscutible  talento– le suministraron material suficiente para escribir una serie autobiográfica completa.
Si tuviera que escoger una sola virtud de El origen, me decidiría sin duda por la visceralidad que se desprende de ella, por esos sentimientos que aparentan estar tan a flor de piel como si lo narrado acabase de ocurrir y lo que leemos no fuese más que un simple y arrebatado desahogo. Esto produce una sensación de sinceridad e inmediatez que, sabemos, son buscadas y elaboradas de forma artística, pues los hechos ocurrieron décadas antes y por tanto los recuerdos han debido ser cuidadosamente filtrados y reestructurados. Lo que utiliza el autor son técnicas capaces de transmitir la radical sinceridad que impregna su testimonio, como improperios, repeticiones, series interminables de oraciones coordinadas, subidas y bajadas de tono, componiendo una especie de sinfonía en prosa.
El texto se estructura en dos etapas que abarcan parte de la adolescencia del autor, tituladas Grünkranz y El tío Franz (como sendos iconos de la crueldad en cada una) y que ubica casi exclusivamente en Salzburgo. Se trata de una crítica permanente, en la que se constata un sufrimiento cotidiano –y casi insoportable– junto a la fortaleza que supone no sucumbir a él, con un claro compromiso ético. Bernhard lanza su sarcasmo, para exorcizar lo que representan, sobre los dos directores, la educación secundaria, Salzburgo –su clima, su arquitectura, la crueldad de sus habitantes y la de la guerra que hubo de soportar allí–, el nacionalsocialismo, el catolicismo, la guerra y sus consecuencias: frío, hacinamiento, pánico, muertes, paralización de la vida cotidiana; sobre la humillación y desesperación omnipresentes, un sistema educativo concebido para no producir más que “débiles mentales”, los pensamientos de suicidio, el suicidio mismo y sobre los responsables de que estos se produzcan. En este párrafo se resumen gran parte de esos ataques que luego desarrollará.
“Con mucha frecuencia he podido reconocer y amar la especial forma de ser y la peculiaridad absoluta de ese paisaje materno y paterno mío, hecho de una naturaleza (famosa) y de una arquitectura (famosa), pero los imbéciles habitantes que existen y, de año en año, se multiplican aturdidamente en ese paisaje y esa naturaleza y esa arquitectura, y sus leyes viles y su interpretación aún más vil de esas leyes suyas, han matado siempre enseguida mi reconocimiento y mi amor (…) Salzburgo es una fachada pérfida, en la que el mundo pinta ininterrumpidamente su falsedad, y detrás de la cual lo (o el) creador tiene que atrofiarse y pervertirse y morirse lentamente. Mi ciudad de origen es en realidad una enfermedad mortal, con la que sus habitantes nacen o a la que son arrastrados y, si en el momento decisivo no se van, se suicidan súbitamente, directa o indirectamente, antes o después, en esas condiciones espantosas, o perecen directa o indirectamente, lenta y miserablemente, en ese suelo de muerte, arquitectónico-arzobispal-embrutecido-nacionalsocialista-católico y en el fondo totalmente enemigo del ser humano.” [i]
Las circunstancias familiares se esbozan eludiendo concretar demasiado. En toda esa explosión de sentimientos, muy pocos son los que se salvan de la quema: su madre, unos pocos familiares, además del compañero discapacitado que le ayudaba en el dibujo técnico y un profesor con escaso atractivo físico. Bernhard recuerda la bondad de ambos así como el desprecio y la burla de que eran objeto por parte de todo el instituto.
En conjunto, lo expositivo predomina sobre lo descriptivo, pero hay escenas inolvidables por su expresividad y nitidez, como esa angustiosa “habitación de los zapatos”, la agónica (y peligrosa) permanencia en los refugios, los efectos devastadores de un reciente bombardeo sobre la catedral de Salzburgo, los cadáveres en hilera o el constante ataque a los dos personajes antes mencionados. Tanta intensidad en la pesimista visión del ser humano resulta algo más llevadera gracias a la exquisitez de la prosa y a que no hay que soportarla demasiado tiempo, poco más de cien páginas y listo.


Del mismo autor, en ULAD: El sótano, El sobrino de Wittgenstein




[i] Traducción de Miguel Sáenz

miércoles, 22 de junio de 2016

Contrarreseña: El bosque de la noche de Djuna Barnes

Idioma original: inglés
Título original: Nightwood
Año de publicación: 1936
Valoración: Muy recomendable

Hace ya cinco años (y un día) que Yemila reseñó Nightwood, de Djuna Barnes, una novela que se ha convertido en canónica como representante de la narrativa modernista anglosajona, y también de la literatura queer a nivel global. Que la edición que he leído tenga un prefacio de Jeanette Winterston y un prólogo de T. S. Elliot da idea de la relevancia histórica de la obra. En su reseña, Yemila no se mostraba muy emocionada con el libro: sí, pero no, venía a decir. Gustos no se discuten, como se suele decir, pero yo voy a intentar explicar por qué a mí sí me ha convencido esta novela y por qué leerla ha sido un placer, difícil pero intenso.

Para poder apreciar El bosque de la noche (traducción posible del sintético Nightwood original) hay que aceptar el juego que propone su estilo: un estilo preciosista, poético, retorcido, barroco, musical, y también, sí, por momentos recargado y algo anticuado. Si se consigue entrar en este juego, y dejarse llevar por los meandros de las frases, quizás en algún momento se tenga la sensación de estar perdido y no terminar de comprender, pero eso mismo forma parte del placer del que hablana. (En este sentido, esta prosa boscosa e hipnótica debe relacionarse con la de otros orfebres del estilo como Virginia Woolf o Lawrence Durrell).

Pero El bosque de la noche no es solo su estilo: es una obra que gira en torno a un personaje fascinante (fascinante para los otros personajes, pero también para el lector), pero que no es el personaje que más aparece en primer plano. Se trata de Robin Vote, mujer soñadora y siempre insatisfecha, siempre corriendo en busca de una felicidad imposible dejando un rastro de dolor en quienes se apasionan por ella. De hecho, casi todo lo que sabemos de ella lo sabemos a través de los ojos de estos otros personajes: el Baron Felix Volkbein, obsesionado con una antigua nobleza que no le corresponde; la joven Nora Flood, que aspira a tener el amor exclusivo de Robin, naturalmente sin conseguirlo; o la cuatro-veces-viuda Jenny Petherbridge, que roba a Robin de las manos de Nora como quien roba un pájaro. Y en relación con todos ellos, como una especie de "coro" o comentarista, el doctor Matthew O'Connor, un verborreico y excéntrico personaje que se convierte en consejero, a su manera, de todos los demás.

La mezcla del estilo espiral y de la elusividad del personaje de Robin Vote son los que crean, pienso, esa sensación de que estamos ante algo difícil de apreciar: esa mezcla de "bosque" y "noche" de la que habla el título. Hay que leer esta novela como se ven ciertas películas de David Lynch: aceptando su (i)lógica interna y disfrutando del viaje. Claro, no siempre conseguimos entrar en un juego de este tipo, por el momento en los que leemos el libro, por estar esrperando otra cosa o simplemente porque este tipo de juegos no nos gusta.

A mí me gustan; he disfrutado como un perro leyendo El bosque de la noche.

martes, 21 de junio de 2016

Contrarreseña: Olvidado rey Gudú, de Ana María Matute

Idioma original: español
Año de publicación: 1.996
Valoración: Decepcionante


Empiezo por decir que me da mucho pudor criticar a Ana María Matute, autora respetada y ganadora de premios prestigiosos, seguro que merecidos. Además, mire uno por donde mire, casi todos los comentarios sobre este libro son elogiosos de forma casi desmedida: ‘obra maestra’, ‘el libro de mi vida’, cosas así. Y, para decirlo todo, reconozco también que puede ser una indelicadeza hacer una contrarreseña de un libro cuyo comentario lo escribió en ULAD una persona que ya no colabora en el blog. El problema es que el cuerpo me pide desesperadamente hacerlo, y oiga, tampoco conviene llevarle mucho la contraria.

Olvidado rey Gudú tiene, según la edición de que se trate, unas 900 páginas, que ya de por sí son muchas. Y, para empezar, debe el lector tener cuajo para soportar las primeras 60 ó 70, porque son directamente infumables. Desconcertantemente pueril sería la definición más suave que se me ocurre para este lamentable arranque. En toda mi vida sólo he abandonado la lectura de un libro, y éste estuvo a punto de ser el segundo, no les digo más. Pero si han sido Uds. capaces de superar esa extrañísima barrera –y se olvidan de ese inicio, que nada perderá el resto del relato- se situarán de lleno en el universo Gudú, un mundo vagamente medieval, donde lo real y lo fantástico se superponen de continuo, y se va desgranando la historia de una breve dinastía.

El relato es bastante simple pero, eso sí, aderezado con una extraordinaria maraña de historias complementarias y derivadas, casi todas perfectamente prescindibles. De forma que el libro muy bien podía haberse quedado en doscientas páginas, o podía haber acumulado dos mil, hubiera sido exactamente lo mismo. Como siempre tiendo a buscar virtudes, incluso por los vericuetos más remotos, se me ocurre que quizá la autora nos ha querido con ello demostrar la futilidad de la vida misma. Quiero decir que a lo largo del tiempo nos ocurren miles de cosas por completo intrascendentes, podríamos contarlas todas, pero sería irrelevante y no serviría para explicar nada. Es tal vez lo que ocurre con la historia de Gudú.

Como digo, recorremos un periodo de tiempo relativamente largo, pero no contemplamos más que una serie de situaciones más o menos independientes sin un hilo argumental claro, ocurren cosas (muchas) cuya importancia no conocemos ni en su momento ni más adelante, tienen lugar batallas y sucesos sin ningún interés, y multitud de personajes aparecen aquí y allá sin un objetivo claro. Personajes que resultan casi todos acartonados, cuyos nombres (Predilecto, Lontananza, Almíbar o Tontina, por ejemplo) serán todo lo simbólicos que se quiera, pero desalientan a seguir la lectura, y de los que apenas podemos rescatar a uno llamado Once (interesante por disparatado), a la reina Ardid (un poquillo más rico y matizado), y el bonito sesgo sombrío de un tal Gudulín. El resto nos resultan del todo indiferentes, y no aportan nada en absoluto al relato.

Otro asunto es el aspecto formal. No seré yo quien ponga en cuestión la capacidad narrativa de la Sra. Matute, faltaría más. Pero lo cierto es que la mayor parte de la prosa es una interminable sucesión de frases subordinadas, autocorrecciones permanentes y desesperantes incisos que impiden la fluidez del relato, todo ello entretejido con ramalazos de tono raramente coloquial, o giros arcaizantes fuera de lugar. Tengo la sensación de la Sra. Matute se interna en un género arriesgado, y busca generar una especie de atmósfera de leyenda brumosa, pero de alguna forma se ve obligada a darle una forma peculiar, que el relato realmente no necesita. Es éste un gran error, porque la autora brilla precisamente en los momentos en que parece abandonar el curso de la historia y se deja llevar por su creatividad hacia los pliegues entre la fantasía y la realidad. Y algo parecido ocurre con ese final, que intuimos desde muchas páginas atrás, un desenlace original con ribetes de cuento tradicional, que sin embargo no termina de mostrarse de forma potente, y el libro muere sin haber transmitido nada importante.

De forma que, aunque a fuerza de tener al lector atado hora tras hora y día tras día, se acabe uno encariñando un poquito con alguno de los personajes de ese gran elenco, la verdad es que ni los entendemos, ni nos llegan a emocionar. Así que esta especie de cuento medieval de aspecto frío y pesimista se acaba quedando en un mosaico de elementos y pequeñas historias, cosidos con esmero, pero sin que el conjunto consiga transmitir nada, ni entretener, ni hacernos disfrutar ni sufrir. O sea, todos los ingredientes de un trabajo fallido.

También de Ana María Matute en ULAD: Primera memoria, La torre vigíaLos niños tontosFiesta al Noroeste, Olvidado rey Gudú (contrarreseña)

lunes, 20 de junio de 2016

Lucia Berlin: Manual para mujeres de la limpieza

Idioma original: inglés.
Título original: A manual for Cleaning Women. Selected Stories
Año de publicación: 2015
Traducción: Eugenia Vázquez
Valoración: pasen y lean.

Lo primero que uno percibe apenas empieza a leer Manual para mujeres de la limpieza es la colosal calidad de su escritura. Como si Lucia Berlin fuera incapaz de malgastar un solo espacio en meter relleno. Una densidad que parece de otro mundo. Que quizás hable de una escritora apremiada, no me preguntéis el motivo, lanzada a informar en cada frase y a desestimar aderezos para conseguir encadenar palabras memorables. Puede que tenga que ver con sus propias circunstancias personales, una vida difícil con constantes cambios de domicilio, matrimonios fracasados, adicciones, cuatro hijos a los que sacar adelante con toda clase de empleos, y una muerte en el día de su cumpleaños. Lucia Berlin no era, desde luego, la clase de escritor que  se despierta tarde y se pone, a las diez y media de la mañana y bien desayunado, a crear en la comodidad de un despacho cerrado. Pero estas circunstancias no dan lugar a una prosa deprimida y sombría, sino a un caudal narrativo vital y onomatopéyico, a veces atropellado por una curiosa puntuación, motejado por palabras en español, por slogans en rótulos.
Muchos articularían una carrera literaria que haría caer la baba a algún crítico solamente con la galería de personajes que asoma en el relato que aporta título a la colección, del que extraigo este fragmento.
(Mujeres de la limpieza: aprenderéis mucho de las mujeres liberadas. La primera fase es un grupo de toma de conciencia feminista; la segunda fase es una mujer de la limpieza; la tercera, el divorcio.)
Los Blum tienen un montón de pastillas, una plétora de pastillas. Ella tiene estimulantes, él tiene tranquilizantes. El señor doctor Blum tiene pastillas de belladona. No sé qué efecto hacen, pero me encantaría llamarme así.
Una mañana los oí hablando en el office de la cocina y él dijo: "¡Hagamos algo espontáneo hoy, llevemos a los niños a volar una cometa!".Me robó el corazón. Una parte de mí quiso irrumpir en la escena como la sirvienta de la tira cómica del Saturday Evening Post. Se me da muy bien hacer cometas, conozco varios sitios con buen viento en Tilden. En Montclair no hay viento. La otra parte de mí encendió la aspiradora para no oír lo que ella le contestaba. Fuera llovía a cántaros. 
El cuarto de los juguetes era una leonera. Le pregunté a Natasha si Todd y ella realmente jugaban con todos aquellos juguetes. Me dijo que los lunes al levantarse los tiraban por el suelo, porque era el día que iba yo a limpiar.
-Ve a buscar a tu hermano - le dije.
Los había puesto a recoger cuando entró la señora Blum. Me sermoneó sobre las interferencias y me dijo que se negaba a imponer culpabilidad o "deberes" a sus hijos. La escuché, malhumorada. Luego, como si se le ocurriera de pronto, me pidió que desenchufara el frigorífico y lo limpiara con amoniaco y vainilla. 
La mitad de una de la docena de páginas del relato, y el libro tiene algo más de cuatrocientas. Y es así, todo el rato.
Experiencia propia o creación sobre la extensión de ella. Los personajes van y vienen y, aunque los relatos no están fechados, se adivina un progreso acorde con las circunstancias personales de la autora. Y son de un realismo sin aparatosidad impostada. Seguramente no hacía falta. Berlin era capaz de generar una historia fascinante de cualquier cosa. A esa gente podía conocerla o no y sus andanzas podían  ser reales o especulaciones. Podían existir o ser como ella los imaginaba.  Pero Berlin consigue que dejen huella uno tras otro. Sally, su hermana agonizante en  México, con un ex-marido atufando a corrupción. La pareja de ancianos que creen ser acompañantes en vez de acompañados. La madre desdeñosa y cruelmente sincera. Los maridos con problemas, también, de adicciones. Los jóvenes de vida caótica. Los distintos escenarios, Chile, México, USA. Los Atléticos de Oakland, las petacas de Jim Beam, las licorerías de horarios intempestivos a que el vicio obliga a adaptarse. La escritura de Berlin sume en un mundo extraño, de una especie de melancolía vigorosa y pragmática, como si, tras pasar un mal rato y llorar, uno se suene los mocos y se levante a hacer la cena. Algo cotidiano, pero de un magnetismo irresistible, que inunda y sumerge a quien lo lee.

No es este un libro para leer de un tirón, para dejarse arrastrar por las prisas que (por ejemplo, cuando se escribe para un blog que ha de publicar cada día) impidan acometer el libro con el ritmo que éste merece. Berlin no andaba con florituras ni acumulaba adjetivos o verborrea para decir lo mismo de siete formas diferentes. Cualquier escritor podría intentar escribir así, pero a la mayoría - no me hagais ganarme enemigos nombrando alguno- se le acabarían las ideas (o puede que las experiencias) a media página. Berlin seguía ahí, y aunque más de 400 páginas justifiquen algún altibajo (a mí me ha parecido, los relatos más largos son los menos brillantes), el nivel es estratosférico y creo que es uno de los libros que más merecidamente he visto en las listas de los más vendidos, y espero que siga ahí, igual no está todo perdido.

Muchas veces se nos recrimina cierta laxitud o ligereza a la hora de otorgar ciertas valoraciones. Pero uno cuenta con su intuición. Y si, como es el caso, justifica el hype con creces y merece un imprescindible, se le suelta, y arreando.